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El 13 de abril del 2000, el grupo de rock duro Metallica dejó de aparecer en la sección musical de las noticias para hacerlo en las de negocios, economía, tecnología y leyes. El motivo: la demanda que interpuso a la página web Napster por infracción de derechos de autor. Todo comenzó cuando, en la plataforma de intercambio de archivos, alguien colgó la maqueta de I Disappear, un tema que la banda liderada por el batería Lars Ulrich y el vocalista James Hetfield había compuesto para la banda sonora del filme Misión: Imposible 2. El sencillo no se iba a publicar en su versión definitiva hasta mayo de aquel año y, además, era la primera grabación nueva del grupo desde 1997. La filtración fue secundada por varias emisoras de radio en EE UU, que comenzaron a emitir la canción como primicia. Eso alertó a los representantes del grupo, quienes, a continuación, descubrieron que todo su catálogo (en aquel momento, siete álbumes publicados desde 1983, además de todo tipo de grabaciones piratas de directos y rarezas) se podía descargar gratuitamente de Napster.
En aquel cambio de milenio, Metallica era una de las bandas más vendedoras del mundo, pero percibió no solo que su estatus económico podía peligrar ante el crecimiento exponencial del intercambio de archivos por Internet, sino también su integridad artística: ¿tenía derecho el público a escuchar un tema no finalizado, sin que la banda poseyese ningún control sobre cuándo y cómo deseaba que fuese distribuido? Tal vez este segundo aspecto hubiese podido convencer a sus seguidores, pero la indignación llegó cuando los abogados del grupo enviaron a Napster los nombres de trescientos mil usuarios que habían pirateado sus canciones, la mayoría jóvenes universitarios con pocos ingresos, exigiendo que se eliminaran sus archivos y se les prohibiera el acceso a Napster. Semanas después, fueron los representantes del productor de rap Dr. Dre quienes hicieron lo mismo.
Más informaciónCuando Internet comenzó a ser masivo en la segunda mitad de los años noventa no parecía una amenaza para la industria musical, sino una herramienta promocional todavía por explorar. Tampoco se vio un peligro inicial en la invención del CD grabable (o CD-R), pero la aparición de plataformas dedicadas al libre intercambio de archivos entre sus usuarios, favorecidas por la creciente velocidad de descarga propiciada por la red, sí demostró que podía poner a las discográficas en jaque: de repente el usuario tenía a su disposición todos los discos que quisiera. Y gratis.
Cuando Metallica interpuso la demanda, Napster tenía solo unos meses de vida. La plataforma fue lanzada el 1 de junio de 1999 por Shawn Fanning y Sean Parker, dos estudiantes, frikis de la informática, con la intención de conectar a usuarios a nivel global y que pudiesen compartir archivos de audio comprimidos en formato MP3. Napster llegó a tener hasta 80 millones de usuarios registrados y desató las alarmas también en las universidades estadounidenses, algunas de las cuales tuvieron que bloquear su uso. Eso no fue tanto por temas de infracción de copyright como porque su extremo uso por parte de los estudiantes bloqueaba el sistema: hasta el 61 por ciento del tráfico en la red de las Facultades llegó a estar copado por transferencias de archivos en MP3.
La demanda de Metallica hizo crecer, aún más, la popularidad de Napster, ya que mucha gente supo de su existencia a raíz de esta noticia. Eso creó también un cisma entre los músicos y los fans, y comenzó a alterar el funcionamiento normal de la promoción discográfica. Cuando se filtró en la plataforma el tema Music, de Madonna, en junio de 2000, tres meses antes de su fecha de publicación oficial, sus abogados no solo amenazaron con emprender acciones legales, sino que la artista decidió adelantar la fecha de salida del disco y extremó el control de las copias de adelanto del álbum que se facilitaban a los periodistas que iban a escribir sobre él. Pese a ello, el CD completo también estaba disponible en Napster un mes antes de su publicación. Lo que entonces parecía una anomalía se acabó por convertir en práctica habitual.
Pero Madonna no demandó a la compañía. Dejó el trabajo sucio en manos de su discográfica. De hecho, fueron todas las grandes multinacionales las que, en bloque, secundaron el litigio contra la plataforma. Eso contrastó con la imagen de Lars Ulrich compareciendo en persona en el tribunal con una caja con los nombres de todos los fans que habían pirateado sus canciones. Eso hizo que, automáticamente, la imagen de Metallica cayese en picado. Los que antes eran vistos como gurús de cierto ideal del rock alternativo pasaron a ser, a ojos del público, unos multimillonarios codiciosos reclamando una cantidad obscena de dinero (diez millones de dólares de la época) y erigidos en defensores de una industria musical anacrónica e intentando poner puertas al campo.
¿Qué tenía de malo, pensaron muchos, que unos chavales intercambiaran libremente la música que les gustaba a través de Internet? Así, Metallica y el menos mediático Dr. Dre, se quedaron solos. Los defensores de Ulrich y compañía apuntaron hacia la hipocresía de sus compañeros de gremio, que, mientras dejaban que se hundieran en el fango aquellos que estaban defendiendo los derechos, tal vez el futuro, de toda la industria, se quedaban callados o, directamente, se posicionaban explícitamente a favor de Napster. Fue el caso, entre otros, de Limp Bizkit, Smashing Pumpkins, Chuck D (Public Enemy), Courtney Love, Motley Crue y The Offspring. Estos últimos llegaron a anunciar que su próximo disco estaría disponible para descarga gratuita en su página web… hasta que su compañía, Columbia Records, se lo impidió. No solo eso: en un paradójico giro de los acontecimientos, el grupo de punk californiano decidió comercializar unas camisetas con el eslogan “salvemos a Napster”, lo que provocó que los abogados de la plataforma (¡sí, los de Napster!) les amenazaran con demandarlos por infracción de copyright.
Pero la opinión pública ya tenía un ganador, algo favorecido por la poca inteligencia con que Metallica jugo la partida mediática. En la entrega de los premios MTV de 2000, Ulrich quiso reírse de sí mismo cuando apareció con el presentador Marlon Wayans en un sketch donde este último interpretaba a un estudiante universitario que escuchaba I Disappear. Ulrich entraba y pedía una explicación. Wayans le decía que utilizar Napster era simplemente compartir, a lo que el batería replicaba diciéndole que su idea de compartir era “tomar prestadas cosas que no eran tuyas sin pedirlas”. Entonces llamaba al equipo de gira de la banda, que procedía a confiscar todas las pertenencias de Wayans, dejándolo prácticamente desnudo en una habitación vacía.
Pero el tiro le salió por la culata. Shawn Fanning, también presente en la ceremonia, salió con una camiseta de Metallica que decía: “Tomé prestada esta camiseta de un amigo. Quizás, si me gusta, me compre una”. Cuando Ulrich salió a presentar posteriormente a Blink-182, fue abucheado por el público. Después aparecieron numerosas mofas en forma de canciones y sketches cómicos, en los que Metallica siempre salían ridiculizados.
Uno de los argumentos más extendidos a favor de Napster era el poder promocional que tenía la plataforma, sobre todo para aquellos artistas cuyas canciones no sonaban tanto en la radio y la televisión. Como prueba de ello se suele utilizar el ejemplo de Radiohead, cuyo álbum Kid A se filtró en la plataforma en septiembre del 2000, tres semanas antes de la fecha en que se iba a publicar. Era un álbum difícil, del que no se extrajeron singles ni videoclips al uso, pero que descargaron millones de usuarios. Cuando el CD llegó a las tiendas, alcanzó el número 1 en ventas en EE UU, algo que nunca antes había conseguido la banda británica. Su vocalista, Thom Yorke, también se mostró favorable al papel de Napster, de quien dijo que “fomenta el entusiasmo por la música de una manera que la industria musical ha olvidado hacer desde hace mucho tiempo”, e incluso su discográfica, Capitol, les apoyó en su defensa del intercambio de archivos y le concedió una importancia crucial a la hora de estimular la venta del disco.
La posterior decisión de estrenar su álbum In Rainbows (2007) directamente en Internet, bajo la fórmula “paga lo que quieras”, con un beneficio económico notorio, fue el momento culminante para ellos y para los defensores más optimistas de la libre descarga. Otro caso curioso que se suele mencionar es el de Dispatch, un grupo de rock independiente de Boston. No tenían discográfica, pero se dieron a conocer a través de Napster y terminaron llenando el Madison Square Garden durante tres noches consecutivas. Fue el comienzo de un nuevo mito: el del artista absolutamente anónimo que se hace viral a través de la red, al margen de los métodos de promoción tradicionales, y que se convertiría en uno de los señuelos mercadotécnicos más explotados en los años sucesivos, esta vez ya a través de plataformas como Myspace (así comenzó, sin ir más lejos, la leyenda de Arctic Monkeys) y Youtube.
¿Quién fue el vencedor?
Tal como relató Guillermo Vega en EL PAÍS, mientras el litigio con Metallica seguía su curso, “la discográfica alemana Bertelsmann se alió con Napster para crear una tienda legal bajo suscripción que terminaría fracasando. Mientras tanto, la startup encontró una posible solución: bloquear las canciones que los artistas o sus discográficas quisiesen bloquear. Después de varios parches y recursos de última hora, la jueza de la Corte Federal Marilyn Hall Patel decretó el cierre definitivo del servicio en julio de 2001. Para seguir operando, Napster tenía que hacer frente a una indemnización millonaria. No tenía los fondos, Bertelsmann intentó comprar la compañía, pero nada evitó que en 2002 se declarase en bancarrota”. Desde entonces, la historia de Napster ha sido una errática travesía por el infierno empresarial, y la marca fue comprada y vendida por varias compañías para otorgarle diversos usos. El último movimiento es del pasado 25 de marzo, cuando se anunció su venta, por 207 millones de dólares a Infinite Reality, una empresa de tecnología y entretenimiento especializada en medios digitales e inteligencia artificial.
Metallica ganó el juicio. Se llegó a un acuerdo beneficioso para la banda, Napster dejó de compartir música gratuitamente, cerró y se convirtió en otra cosa. El grupo salió victorioso de aquella batalla, sí, pero, 25 años después, se puede considerar que Internet ganó la guerra a la industria discográfica. Para empezar, la imagen pública de Metallica nunca se recuperó del todo. El propio Lars Ulrich reconoció años después en una entrevista con Rolling Stone que su estrategia no había sido la más oportuna: “Creo que infravaloramos lo que Napster significaba para la gente en términos de libertad y yo me lo tomé como si fuera una pelea callejera”.
Cuando la banda publicó su siguiente álbum, St. Anger, en 2003, tuvo que adelantar también su fecha de salida por miedo a que alguien lo filtrara en la red. Solo habían transcurrido dos años desde que ganaran el juicio a Napster, pero el panorama ya había cambiado mucho, e iniciado un camino sin retorno. Parafraseando el lema “un desalojo, una okupación” típico del movimiento okupa, por cada página de descargas que se cerraba surgía otra: BitTorrent, Emule, Soulseek… La aparición de la tienda digital iTunes en 2001 también comenzó a allanar el camino para los servicios de streaming legales. En 2005 surgió YouTube, cuya enorme popularidad (es la segunda web más visitada después del buscador de Google) obligó a grupos y discográficas a colgar allí sus contenidos antes de que lo hiciese cualquier fan con menor calidad. De hecho, se puede decir que los músicos dejaron de ser considerados como artistas para pasar a ser, virtualmente, creadores de contenidos para las plataformas. El cambio de paradigma definitivo se consolidó en 2008 con la aparición de Spotify, que, desde entonces, mantiene la hegemonía a la hora de establecer cómo se consume la música y cómo se remunera a los autores. Como explicó Guillermo de Haro a EL PAÍS, “la industria tumbó una empresa, pero no consiguió tumbar la tecnología que permitía el intercambio gratuito de archivos. Quien lo ha conseguido ha sido el modelo de negocio”.
¿Qué pasó, por cierto, con los fundadores de Napster? Shawn Fanning apareció, en octubre de 2000, en la portada de la revista Time (algo que jamás consiguió Metallica, en sus más de 40 años de carrera), y, desde entonces, ha emprendido y asesorado a varias empresas tecnológicas. En cuanto a Sean Parker, muchos lo recordarán interpretado por Justin Timberlake en el filme La red social, de David Fincher. Ayudó a Mark Zuckerberg a fundar Facebook y, posteriormente, fue uno de los primeros socios accionistas de Spotify y el responsable de la alianza que permitió que sus usuarios pudiesen compartir sus playlists en la red social. Aquellos nerds emprendedores tienen, hoy, mucho más poder que las estrellas del rock.