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¿Por qué rompen los niños sus juguetes? Principalmente para llamar la atención. En segundo lugar, porque pueden. Estos dos criterios se aplican perfectamente al presidente Trump y explican plenamente su comportamiento y su política. Hacerse notar es la prioridad de Trump: siempre ha ... sido importante para él estar en el centro de la acción y de los medios, asegurarse de que las cámaras nunca se alejen. Este es su principal motor. Luego, para demostrar su poder viril, debe actuar o fingir que actúa. La Constitución estadounidense le deja poco margen de maniobra a este respecto. Si expulsa inmigrantes por razones de seguridad nacional o aumenta los derechos de aduana en nombre de alguna estrategia económica es sobre todo porque puede hacerlo, cuando cualquier otra forma de acción política requeriría la aprobación del Congreso o de los Estados. El infantilismo de Trump es la única explicación racional que se me ocurre para todas las decisiones que ha tomado. Por eso me asombro y admiro cuando leo y oigo a comentaristas explicar, o intentar explicar, cualquier racionalidad detrás del aumento de los aranceles.
No hay racionalidad. La mejor prueba de ello es que los efectos de estas decisiones son hasta ahora totalmente negativos. Estas medidas económicas, en particular el aumento de los derechos de aduana, no se aplicarán. No se aplicarán porque son inviables. Me viene a la mente un precedente: la 'ley seca' de los años veinte. El principal efecto de la prohibición de la venta de alcohol fue el fraude, las bandas y todas las formas posibles de eludir una ley que entonces era inaplicable. Lo mismo ocurrirá con los derechos de aduana. Si, por casualidad, Trump insiste en aplicarlos, sería extremadamente difícil definir una nomenclatura para identificar cada mercancía que entre en Estados Unidos. Sin duda se puede identificar una botella de vino, pero sería mucho más difícil en el caso de un ordenador o un teléfono móvil. Si consideramos un 'smartphone' de Apple, que en principio es la encarnación del genio industrial en Estados Unidos, se importa de China, donde se ha ensamblado a partir de múltiples componentes de distintos países. Es más, la propiedad intelectual es una parte importante del valor del teléfono en cuestión. ¿Cómo y sobre qué base podremos gravar este teléfono cuando entre en Estados Unidos? Es imposible identificar su origen nacional, su composición exacta o la parte que debe atribuirse a su valor intelectual.
Este quebradero de cabeza se aplica a todos los productos, salvo a los más sencillos, como las materias primas, el acero y el aluminio. Incluso en el caso de un automóvil, ¿cómo podrán los funcionarios de aduanas aislar las piezas fabricadas en México, otras en Canadá y otras en Brasil? ¿Qué derechos de aduana se aplicarían? No hay solución. Es más, nada sería más fácil para los importadores que canalizar su comercio a través de los países con los derechos de aduana más bajos. Tomemos el ejemplo de Lesoto, cuya principal exportación a Estados Unidos –de hecho, única– son teóricamente los pantalones caqueros de marca estadounidense. Lesoto es uno de los países más afectados por la escala de sanciones aduaneras decidida por Trump con el pretexto de que no compra nada a Estados Unidos: esta nación es demasiado pobre para poder permitírselas. Así que todo lo que Lesoto tiene que hacer es enviar sus vaqueros azules a Suráfrica o al Reino Unido para disfrazar su verdadero origen.
Un funcionario de aduanas sería incapaz de rastrear el circuito. ¿Qué aduanero? Haría falta un ejército de expertos para aplicar esos aranceles diferenciados a decenas de miles de productos, obedeciendo a cadenas de producción geográficamente indescifrables. Aranceles por tanto inaplicables y cuyos supuestos beneficios –una teórica reindustrialización de Estados Unidos– nunca se materializarán. Este nudo gordiano probablemente será cortado por los votantes en los próximos dieciocho meses: sustituirán a la mayoría republicana por una mayoría demócrata cuyo programa revertirá todas las decisiones de Trump, restaurará el Departamento de Educación, los presupuestos de investigación y el libre comercio. Como recordatorio, durante los últimos cincuenta años, la globalización, que Trump odia, ha hecho rico al mundo, en particular a Estados Unidos.
La estrategia correcta para Europa en este momento no sería montar contraataques de la magnitud del chantaje de Donald Trump, sino mantener la calma y esperar a que cambie la mayoría en Estados Unidos, que es lo que sabiamente está haciendo Suiza. Por supuesto, todas las elecciones están sujetas a altibajos, pero en este caso, el margen de maniobra de Trump me parece nulo, ya que las medidas que está tomando van dirigidas a sus propios votantes, reduciendo su poder adquisitivo, aumentando el precio de los bienes de consumo y destruyendo su capital de jubilación, la mayor parte del cual está invertido en el mercado de valores. El trumpismo es un desastre para las clases medias de Estados Unidos; es obviamente un desastre para el resto del mundo, y en particular para los países más pobres. Esta absurda estrategia económica apenas se compensa con una brillante política exterior. Aparte de las absurdas amenazas a la independencia de Groenlandia, Panamá y Gaza, la influencia internacional de Donald Trump es casi inexistente, como demuestra su incapacidad para dirigir Oriente Medio o Rusia hacia la paz. Los dirigentes rusos y árabes no toman en serio a Trump, ven que su entorno es caprichoso e ignorante de las realidades internacionales o de lo que es una negociación. Nixon tenía a Kissinger; Trump sólo tiene a Rubio. Los líderes de Rusia, China e Israel, entre otros, no temen a Trump y ni siquiera lo escuchan.
Si vuelvo a la metáfora inicial del niño que rompe sus juguetes, ¿en qué momento descubrirá Trump que su agitación no está cambiando el mundo ni convenciendo a nadie? ¿Incendiará la Casa Blanca? Este es el umbral en el que podemos y debemos confiar en la democracia estadounidense. La opinión pública ya está repuntando; el mundo de los negocios y las finanzas, esencial para Estados Unidos, se aleja de Trump; los jueces muestran su independencia. Y tarde o temprano, el Partido Demócrata presentará una alternativa (esperemos que no sea de izquierdas) al Calígula de Washington. Para terminar, y a riesgo de repetirme, el error que no hay que cometer en estos momentos sería tomarse demasiado en serio a Trump y emprender políticas de represalia que serían tan absurdas como romper nuestros propios juguetes con el pretexto de que él está rompiendo los suyos.