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La elección de los tiempos ha sido terrible para la visita a Donald Trump de Giorgia Meloni, que llega a Washington este jueves. Después de semanas de trabajo para conseguir la cita en la Casa Blanca, con el objetivo de hacerse pasar por interlocutora indispensable con Estados Unidos en medio de la tormenta, la primera ministra italiana por fin pudo anunciarlo el pasado 8 de abril. Un éxito, al menos hasta que horas después, el mismo día, Trump dijo su famosa frase, burlándose de quienes iban a negociar con él, al asegurar que iban a besarle el trasero, y pedirle por favor que bajara los aranceles. Trump añadió días después que solo negociaría con la UE, no con los países por separado.
El viaje comenzó a convertirse en una pesadilla y la pregunta ya es qué va a hacer exactamente allí Meloni, y si puede sacar algo en limpio, con el alto riesgo de perder el control de la escena con alguna sorpresa o salida imprevisible del presidente norteamericano. Aunque se supone que es su mejor amiga en Europa, la única líder europea presente en su toma de posesión. Además, al día siguiente, el viernes, a su regreso a Roma, recibirá al vicepresidente estadounidense, J. D. Vance, en visita a Italia y el Vaticano.
“No siento ninguna presión, como podéis imaginar, para los próximos días”, dijo irónicamente la líder de ultraderecha, entre risas de los presentes, en un encuentro con empresarios este martes. No es nada habitual ver a Meloni, siempre muy segura, casi nerviosa, admitiendo la incertidumbre, pero el desenlace del viaje es un misterio. Se parece bastante a la hora de la verdad, después de meses de equilibrios entre Trump y la UE, para demostrar de qué parte está. “Sabemos que estamos en un momento difícil, veremos cómo irá en las próximas horas. Lo haremos lo mejor que podamos, como siempre”, dijo rebajando las expectativas, cuando días antes avanzaba que quería plantear un acuerdo de cero aranceles recíprocos entre Estados Unidos y la UE.
“Soy consciente de lo que represento y lo que estoy defendiendo”, dijo Meloni, que ha tenido que insistir estos días en que representa a la UE, no va a defender los intereses de Italia por su cuenta y tiene el aval de Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, para quien toda mediación y ayuda con Trump es bienvenida. “La competencia de la negociación es de la Comisión, pero los contactos son extremadamente positivos y la presidenta y la primera ministra están coordinadas”, ha confirmado la portavoz de la Comisión.
Además de las críticas de la oposición en su país, Meloni ha tenido que lidiar estos días con las suspicacias de Francia, tras las puyas de algunos ministros sobre su desconfianza hacia su lealtad europea, hasta el punto de que la portavoz del Gobierno francés ha tenido que pronunciarse para decir que no tiene “ninguna inquietud” sobre el viaje. “Trabajará para convencer a Trump de que continúe la negociación con Europa”, ha resumido el ministro italiano de Asuntos Exteriores, Antonio Tajani, que ha definido la visita como “una misión de paz comercial”. Por su parte, el subsecretario del Gobierno y mano derecha de Meloni, Giovanbattista Fazzolari, admitió el martes que es una visita “rica en insidias”, pero confió en que la líder italiana “puede tener mayor facilidad respecto a otros para hablar en modo claro y sincero” a Trump y, por tanto, obtener algún resultado para la UE.
Meloni se juega mucho de su credibilidad, pues siempre ha hecho creer que puede tener influencia sobre Trump y en estas semanas convulsas le ha defendido, incluso en los peores momentos. No dijo gran cosa sobre la escena con Volodímir Zelenski en el Despacho Oval; sobre los aranceles al principio opinaba que aun siendo una decisión “absolutamente equivocada” no eran para tanto y la culpa era más bien de una reacción de pánico exagerado en los mercados. Y ha aplaudido las duras críticas de J. D. Vance a Europa, asegurando que tiene razón. Meloni ahora deberá demostrar también que es capaz de defender los intereses de la UE ante Trump. Si consiguiera algo, como cuando obtuvo la liberación de una periodista italiana en Irán con un viaje relámpago a Florida, ganaría muchos puntos en su perfil de mediadora entre sus colegas europeos. Pero corre el riesgo de que no sea así.
En el Gobierno italiano se lo toman también como una especie de respuesta al viaje de Pedro Sánchez a Pekín, que según la prensa ha causado irritación en Meloni, por dos razones: porque a ella se le cuestiona en la UE por ir a ver a Trump y a Sánchez no si va a China; y porque considera ese acercamiento un error estratégico. De hecho, se prevé que la posición de la UE hacia China sea uno de los puntos centrales de la conversación con Trump, un frente en el que tratará de obtener apoyo y garantías de la primera ministra italiana, para entender si puede forjar un pacto entre Washington y Bruselas contra Pekín.
En el caso italiano, Meloni puede asegurarle que el puerto de Trieste no caerá en manos chinas. También prometerá a Trump que el gasto italiano en defensa subirá al 2%, pero que le resulta imposible por el momento llegar al 5%, como exige. La prensa italiana también señala que puede poner sobre la mesa el aumento de la compra de gas licuado a EE UU.
Lo cierto es que Trump puede apretarle las tuercas, porque en las relaciones entre EE UU e Italia la balanza está claramente desequilibrada a favor del lado italiano en 73.000 millones de dólares, y es el segundo país europeo más expuesto en sus exportaciones después de Alemania, un 10% del total. En muchos sectores, como el alimentario, el de maquinaria o el automovilístico reina la aprensión. De la otra parte, también hay varias potentes empresas italianas operando en Estados Unidos, como Pirelli, el gigante de armamento Leonardo, las energéticas Eni y Enel, y Aponte, que con el fondo BlackRock trabaja para obtener el control del canal de Panamá. Pero es de esperar que Trump le pida más a Meloni.