Bastó con que China estableciera un control a las exportaciones de tierras raras para que la situación se diera la vuelta. En las semanas posteriores al 2 de abril, el “Día de la Liberación”, en el que el presidente Trump impuso los llamados aranceles recíprocos a decenas de países, la Casa Blanca y la mayoría de los comentaristas independientes estaban de acuerdo en algo: en que Estados Unidos tenía más posibilidades que China de ganar la guerra comercial. China exportaba a Estados Unidos más que Estados Unidos a China. Si el comercio se interrumpía por los aranceles y las represalias, China tenía más que perder, en ingresos por exportaciones. La economía estadounidense había empezado 2025 a toda máquina; en cambio, China tenía graves problemas financieros, sobre todo en el sector inmobiliario. También en este aspecto, Estados Unidos estaba en mejor posición para soportar un conflicto comercial prolongado.

Además, a diferencia de lo que pasaba durante el primer mandato de Trump y la presidencia de Biden, en esta ocasión China no podría desviar sus actividades de exportación y montaje a través de terceros países para eludir los aranceles estadounidenses. Los funcionarios de otros países desesperados por acceder al mercado estadounidense se apresurarían a volar a Washington para entablar negociaciones con el gobierno de Trump y acabarían ofreciendo valiosas concesiones comerciales.

Bastaron un par de semanas y la prohibición de exportar tierras raras por parte de China para que los comentaristas bajaran de la nube. Que Estados Unidos dependa tanto de las importaciones procedentes de China no es una ventaja, sino un lastre. Las tierras raras se utilizan en baterías, productos electrónicos y otros componentes de la fabricación de móviles, vehículos de motor y material militar. En muchos casos, China controla más del 90% de la capacidad mundial de refinado de esos minerales. Conseguir esos insumos de fuentes alternativas puede ser materialmente imposible y se tardarían años en construir una capacidad de refinado equivalente en Estados Unidos. Por el contrario, gran parte de lo que importa China de Estados Unidos, como la soja, lo puede adquirir en mercados como Brasil.

Por supuesto, la prohibición estadounidense de exportar alta tecnología a China puede frenar la modernización tecnológica del país. Pero muchas de esas medidas no son nuevas, porque existen desde la presidencia de Biden y el primer mandato de Trump. Por eso China lleva varios años desarrollando una capacidad propia que le permita producir de forma autónoma los componentes de alta tecnología y ya está instaurando soluciones alternativas para las carencias que tiene todavía. Por ejemplo, en abril del año pasado, Huawei anunció un nuevo teléfono que funciona con un chip mejorado de siete nanómetros, lo que parece sortear los intentos de Estados Unidos de impedirle adquirir esa tecnología. En noviembre presentó un teléfono que funciona íntegramente con software chino y, por consiguiente, no depende ni del iOS de Apple ni del Android de Google.

En cuanto a los problemas económicos y financieros, el gobierno chino ha puesto en marcha una serie de medidas para reducirlos. En el primer trimestre de 2025, aumentó el gasto fiscal al ritmo más rápido desde el año 2022, en pleno covid-19. El Banco Popular de China ha permitido que el renminbi se deprecie gradualmente frente al dólar, lo que contribuye a sostener los sectores exportadores y evita una depreciación seria que alarmaría a los mercados financieros. Los precios de la vivienda nueva están bajando más despacio y en menos ciudades que en el pasado, lo que indica que el mercado inmobiliario tal vez está estabilizándose.

Por el contrario, la mejor forma de calificar los intentos del gobierno de Trump de gestionar la economía es decir que son caóticos y contradictorios. Un día, Trump y sus asesores quieren un dólar más fuerte: al día siguiente, lo quieren más débil. Los aranceles que agitan los mercados financieros se suspenden de forma inesperada, pero nadie sabe por cuánto tiempo. A pesar de que el déficit presupuestario ya supera el 6 % del PIB, el Congreso sigue empeñado en hacer nuevas bajadas fiscales, que quiere compensar con unos recortes del gasto totalmente fantasiosos que ha decidido el DOGE de Elon Musk. Y, con el mercado de bonos ya en alerta máxima, Trump ha repetido su amenaza de despedir al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell. Como era de esperar, ante toda esta incertidumbre, las empresas estadounidenses han dejado de invertir y la confianza de los consumidores ha sufrido un enorme deterioro. ¿Cuál de las dos economías es más fuerte en este momento?

En vez de dejar que China se quedase aislada del resto del mundo, el presidente Xi emprendió una “gira de seducción” por el sudeste asiático y prometió fortalecer los lazos comerciales con la región. El presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, viajó a Pekín, como sabrán los lectores de este periódico, lo que augura la posibilidad de unas relaciones comerciales más intensas entre China y la Unión Europea. Mientras tanto, la promesa de la Casa Blanca de conseguir nuevos acuerdos comerciales ha dado paso al silencio. Es probable que otras negociaciones de Trump —por ejemplo, con la Universidad de Columbia y el bufete de abogados Paul Weiss de Nueva York— hayan convencido a los gobiernos extranjeros de que ceder a las irracionales exigencias de este gobierno no garantiza la reciprocidad, sino exigencias todavía más irracionales.

Por último, está la cuestión de qué gobierno está en mejor situación para mantener el rumbo emprendido. El presidente Xi y el Politburó chino no tienen rivales políticos. El ataque de Estados Unidos solo ha servido para reafirmar el patriotismo de un pueblo chino orgulloso y agruparlo detrás de su líder, igual que el ataque de Trump y el vicepresidente J. D. Vance contra Volodímir Zelenski unió al pueblo ucraniano en torno a su presidente. Cada fin de semana, está habiendo en Estados Unidos marchas y manifestaciones contra Trump. A medida que sus principales seguidores empiecen a notar la subida de los precios en los supermercados y el aumento del desempleo, la opinión pública dará un giro fatídico para un presidente cuya popularidad en materia económica ya ha caído al 43 %.

¿Cómo terminará la guerra comercial de Trump? Lo más probable es que siga el consejo que, según se dice, dio en 1966 el entonces senador por Vermont George Aiken con respecto a la guerra de Vietnam. El gobierno debería limitarse a “declarar la victoria y retirarse”.

Barry Eichengreen es profesor de Economía y Ciencia Política en la Universidad de California Berkley.  Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia 

A Trump se le vuelven las cosas en contra | Opinión | EL PAÍS


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