This article delves into the story of the first successful ascent of Annapurna I (8,091m) in 1950, focusing on the conflicting accounts of Maurice Herzog and Louis Lachenal. Herzog's official account, which overshadowed Lachenal's perspective, portrayed a heroic struggle against the mountain and fueled national pride, achieving widespread success as a book.
While Herzog's narrative emphasized the triumph of conquering the peak, Lachenal's account highlighted the perilous conditions and the risk of losing his life. He prioritized safe return over national glory. The article points out that Herzog's version of events was manipulated and exaggerated.
The veracity of Herzog's summit photograph is questioned, with recent studies showing that the actual summit was a long ridge, not an isolated peak. The photo potentially could have been taken anywhere along the ridge. The article suggests a possible misrepresentation in the official narrative.
Lachenal's perspective is presented as a counterpoint to Herzog's triumphant story, emphasizing the importance of survival and downplaying the nationalistic elements of the climb. Unfortunately, he died tragically in 1955 before his account could be fully disseminated. His manuscript, initially suppressed, finally gained recognition in 2020, correcting the historical record.
The article concludes by contrasting the narrative of the Annapurna expedition with a modern perspective on mountaineering. The emphasis is now placed on safe practices and responsible climbing, with returning home safe as the ultimate success, a contrast to the risk-taking and nationalistic fervour of Herzog's account.
El pasado 3 de junio, Francia celebró el 75 aniversario de la conquista del Annapurna (8.091 metros), es decir, la primera montaña de más de ocho mil metros escalada por el ser humano. Algunos medios franceses han dedicado artículos al respecto durante toda la semana: no es de extrañar, tanta es la literatura que se desprende de una gesta heroica que el paso del tiempo ha erosionado hasta convertir en un folletín más bien desolador. Aquel día de 1950, Maurice Herzog instó a su compañero Louis Lachenal a sacarle fotos en la cima, una tras otra, instantáneas que darían la vuelta al mundo. Sin embargo, Lachenal se negó a posar para la posteridad: solo deseaba bajar de una maldita vez, recuperar el calor en sus pies que ya sentía muertos. En la única imagen (desenfocada) conservada se le ve encogido sobre la nieve, como un perro que solo espera la señal de su amo para partir.
Pero Lachenal no era un perro, sino el alpinista más respetado, rápido y brillante de la época. Era un brillante guía de alta montaña, mientras que Herzog era apenas un amateur con un encargo: narrar la conquista. Junto a Lachenal, se apuntaron los grandísimos alpinistas Lionel Terray y Gaston Rébuffat, tan ávidos de vivir otra gran aventura que firmaron sin pestañear una condición que marcaría una época: solo Herzog podría narrar la historia del Annapurna. Les daba igual. Solo deseaban escalar. Herzog suplió su falta de pedigrí con la presencia infalible de Lachenal y con enormes dosis de fanática inconsciencia: el encargado del relato no podía perderse la cima, la gloria. Así, en la mañana de aquel 3 de junio, dos hombres con voluntades contrapuestas se turnan para abrir huella camino de la cima. Muy pronto, Lachenal entiende que si sigue perderá los pies, y sus pies representan su vida de escalador. Se planta, le pregunta a Herzog qué hará si renuncia. Su respuesta es la de un fanático en plena misión evangelizadora. “Seguiré solo”, asegura. Lachenal es un hombre que respeta los códigos de la montaña, los lazos sagrados de la cordada y sabe que si renuncia, su compañero nunca regresará: le falta habilidad y le sobra locura. Cada paso ladera arriba es una condena para sus pies: hace horas que no los siente.
El descenso es aún peor: la niebla les alcanza, dudan, Lachenal apura su instinto inhumano. Finalmente, encuentran la ayuda de Terray y Rebuffat: “Mis pies, bájame de aquí ya. Necesito los cuidados del médico”, suplica Lachenal a su íntimo Terray. Perdidos de nuevo entre las nubes, los cuatro pasan una noche en el fondo de una grieta, masticando su desgracia. Herzog, que ha extraviado los guantes, perderá también todos los dedos de sus manos. La peor de las pesadillas se confirmará en el caso de Lachenal, que verá como le amputan todos los dedos de sus pies. Una foto icónica recogerá su desgracia: de regreso de Nepal sale del avión en brazos de Terray, apenas un saco de piel y huesos envejecido por el sufrimiento y sus pies romos vendados de blanco nuclear. Tiene 28 años.
Más informaciónUn año después, Maurice Herzog publica Annapurna, primer ochomil con el relato oficial de la expedición. Venderá más de 20 millones de ejemplares y será traducido a 60 lenguas diferentes. Herzog queda como un héroe y será ministro de Charles De Gaulle y alcalde de Chamonix. Lachenal queda difuminado en el relato, a imagen de su foto borrosa en la cima. Posiblemente, es el gran clásico absoluto de la literatura de montaña, la obra que más alpinistas ha reclutado para la causa, una verdadera fábrica de sueños. De hecho, los beneficios del libro financiaron muchas de las posteriores expediciones francesas.
La exclusividad del relato de la expedición expiraba en 1955, justo cuando Lachenal estaba trabajando en un libro que repasaba su trayectoria y ajustaba cuentas con lo sucedido en el Annapurna. Pero no lo verá impreso. Esquiando en la Mer de Glace, Lachenal cae al fondo de una grieta y muere. Su manuscrito verá la luz con posterioridad, en 1956, pero censurado por Herzog y no será hasta 2020, cuando las ediciones Paulsen recuperen la obra íntegra en Rappels. Pero antes, a principios del presente siglo, crecen los rumores. ¿Realmente alcanzaron la cima o firmaron un pacto de silencio al respecto, una mentira? La foto de cima que presenta Herzog no parece tal y podría haber sido sacada en cualquier lugar. Recientemente, estudios con imágenes vía satélite y comparaciones con fotografías de cima confirmadas han revelado que Lachenal y Herzog alcanzaron la cima, si bien esta no es una punta aislada, sino una larga cresta de casi 300 metros de recorrido con dos o tres puntas casi gemelas.
En su obra, Lachenal deja claro que le resulta ajeno todo lo relacionado con el nacionalismo imperante de la época, con la necesidad de su país de recuperar cierto prestigio en la escena internacional tras las vergüenzas de la Segunda Guerra Mundial. Si Herzog anhelaba la foto en la cima, él antepone el ojo del alpinista, su obligación de regresar a casa entero, como si se tratase de una ascensión en Chamonix. No es un sitio la montaña en el que ondear banderas. Ni una fábrica de pretendidos héroes. La montaña no tiene que ver con héroes ni con fracasados. No es un trampolín político ni social. No debe implicar sistemáticamente una lucha a cara o cruz.
El relato de Herzog es tramposo y disfraza con sentimientos manipulados un discurso de corte bélico que calará durante décadas y se convertirá en relato oficial de casi todas las expediciones para escalar los 14 ochomiles: el hombre contra la montaña, el asalto de las cimas imposibles, la vanidad, la victoria, la testosterona, la pretendida hermandad de los alpinistas. Es un relato fanático que hoy en día palidece: ya no se trata de escalar o morir, sino de escalar para vivir. “El mayor fracaso de un alpinista es no regresar a casa”, sostiene el gran alpinista estadounidense Steve House. El resto es, simplemente, literatura.
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