Gregorio Montero González, born in Cabezabellosa, Cáceres, spent his early childhood as a goatherd in Extremadura, Spain. He worked alongside his father, moving between different farms and gaining an intimate understanding of the region's landscape.
Despite his humble origins, Montero pursued higher education. He studied at the Lourizán forestry school, later earning degrees in Forestry Engineering and Business Administration from the Polytechnic University of Madrid. His doctoral thesis focused on cork production in cork oak forests. His career highlights include professorships at various universities in Spain, Portugal, Italy, Germany, Greece, and the United States, as well as significant contributions to numerous scientific publications.
Montero's career has also included leadership roles in professional organizations, notably the presidency of both the Association of Forestry Professionals of Spain (Profor) and the Spanish Society of Forestry Sciences. He was a coordinator for projects at the ICIFOR (Institute of Forest Sciences) and reached the position of Deputy Director General.
His achievements have earned him recognition from prestigious institutions, including the Real Academia de Ingeniería de España and the Real Academia de Ciencias de Zaragoza. Reflecting on his journey, Montero acknowledges the challenges he faced but emphasizes that while it's possible to achieve academic success from humble beginnings, it shouldn't be necessary. He advocates for greater opportunities and support for individuals from underprivileged backgrounds.
Yo me hice 'freelance', como dicen ahora, con once años. Mi padre me dio 15 o 20 cabras y me puse de cabrero yo solo, ... al cuidado de los animales. Era lo normal entonces. Diez o doce muchachos estaríamos en el pueblo de cabrerillos. Eran todos los días iguales: salir de casa muy temprano y volver tarde». Gregorio Montero González (Cabezabellosa, Cáceres, 79 años cumplirá en septiembre) podría incorporar a su excelso currículum de científico prestigioso, referente nacional en lo suyo, un prólogo en el que relatara la protohistoria de su vida laboral. Hablaría ahí de los años acompañando a su padre con las cabras, pateándose los montes, que luego han sido, y continúan siéndolo, su materia de estudio. Ingeniero Técnico Forestal, doctor en Ingeniería de Montes, miembro de la Academia Italiana de las Ciencias Forestales, ha sido profesor en la Universidad Politécnica de Madrid y en la de Valladolid, residente en centros universitarios de Portugal, Italia, Alemania, Grecia y Estados Unidos, director de publicaciones científicas nacionales e internacionales, presidente de dos asociaciones españolas del sector forestal, y hace unos días ingresó en la Real Academia de Ciencias de Zaragoza. Su vida daría para un libro de no ficción, que podría titularse 'De cabrero a académico'. Contaría la historia real de un niño extremeño que le hizo un corte de mangas al destino.
«Yo debí ser un chaval bastante asilvestrado, pero feliz», resume ahora Montero, que hasta los once años vivió de chozo en chozo. «Como tanta gente en esa época en Extremadura», normaliza él. Recuerda los nombres de las fincas: Las Corchuelas del Rincón (o Cogujón) en Monfragüe; La Montera, entre Hinojal y Serradilla; y 'El Pizarro', en Monroy, en los Riberos del Almonte.
«Vivimos –rememora precisando sitios y fechas, no ya años sino incluso los meses– en unos cuantos chozos distintos, porque cada año te obligaban a cambiar de majada. Cada finca se dividía en cuatro partes, y en función de la que se sembraba, nos íbamos con las cabras a un cuarto o a otro. Yo acompañaba a mi padre con las cabras, hasta que teniendo yo 11 años, nos volvimos al pueblo, en el mes de junio del año 58».
En ese momento, su padre, Martín Montero, casado con Petra González, decidió que el chaval estaba listo para tener su propio rebaño. Durante cuatro años, cuidó de sus cabras. Hasta que su hermano mayor se fue a la mili. «Entonces –recuerda–, mi padre se quedó sin ayudante, y yo asumí esa función. Estuve aproximadamente un año echándole una mano a él. Y en el tiempo que me quedaba libre, daba algunas peonadas sueltas, cortando leña, cavando viñas... Recuerdo esa época bastante bien. Y me recuerdo feliz. Además, es que no tenías a nadie con quien compararte, porque hacíamos todos lo mismo. Hacíamos lo que podíamos. 'Vivir como se puede', que decía (Antonio) Machado».
A los 16 años, el niño Gregorio se fue a la mili como voluntario, «porque a algún sitio había que ir». «Estuve veinte meses en Plasencia –evoca–. En algún momento pensé en hacer carrera militar, pero al final decidí que no». Aprendió a escribir ahí, en el cuartel, el mismo edificio –suena a metáfora de su vida– que hoy aloja el campus de la Universidad de Extremadura. «Yo sabía hacer algunas cosas: interpretar un letrero, hacer algunas cuentas por si compraba o vendía alguna cosa... Lo justo para manejarme. Básicamente, aprendí a escribir en la mili. Con el manual de (Luis) Miranda Podadera. Copiaba los dictados. Es lo que los economistas llaman el coste de la oportunidad».
Tras licenciarse, Montero regresó a Cabezabellosa para trabajar durante un año y medio como peón de albañil, al tiempo que siguió estudiando. «Iba a clases nocturnas, con un maestro que nos ensañaba a un grupo de diez o doce. Me saqué el certificado de estudios primarios, y en marzo del año 66 me fui a Pontevedra, a estudiar en la escuela de capataces forestales Lourizán (fue el primero de su promoción), viviendo en un internado».
Y ya no paró de formarse. En 1975 se graduó como Ingeniero Técnico Forestal por la Universidad Politécnica de Madrid, donde cinco años después se diplomó en Planificación y Administración de Empresas, y en 1982 terminó Ingeniería de Montes. En 1987 obtuvo el doctorado, con una tesis titulada 'Modelos para cuantificar la producción de corcho en alcornocales ('Quercus suber L.') en función de la calidad de estación y de los tratamientos selvícolas'.
Hay mucho más en su currículum. Montero presidió la Asociación de Profesionales Forestales de España (Profor) entre los años 2002 y 2006, y la Sociedad Española de Ciencias Forestales entre 2005 y 2013. Y fue coordinador de proyectos de lo que ahora es el ICIFOR (Instituto de Ciencias Forestales) del INIA (Instituto Nacional de Investigación y Tecnología Agraria y Alimentaria), del que llegó a ser subdirector general. El INIA está integrado en el CSIC (Centro Superior de Investigaciones Científicas). Lo último, y aún faltaría mucho de su vida profesional: ha escrito o colaborado en 33 libros, ha firmado capítulos en otras 76 publicaciones, y elaborado más de cien artículos en revistas científicas, además de haber presentado 270 comunicaciones y ponencias en congresos nacionales e internacionales.
Una trayectoria que la Real Academia de Ingeniería de España reconoció hace seis años al nombrarle Ingeniero Laureado. Y la Real Academia de Ciencias de Zaragoza acaba de designarle académico.
¿Se identifica con la historia del niño de familia humilde que regatea al destino? «Me identifico», admite Gregorio Montero. «Es posible –reflexiona– estudiar y desarrollar una carrera nazcas donde nazcas. Posible pero poco probable. Y no es deseable tener que hacerlo como lo hice yo. Es mejor que la gente pueda hacerlo con más facilidades».
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