La actividad económica y las finanzas suelen ir de la mano y su deterioro se retroalimenta recíprocamente. La guerra comercial declarada por Donald Trump contra el mundo ha empeorado las previsiones de crecimiento económico y la vez ha provocado un terremoto (o varios, más bien) en los mercados financieros. En ese contexto de máxima incertidumbre y volatilidad, el Fondo Monetario Internacional (FMI) advierte que “los riesgos para la estabilidad financiera mundial han aumentado considerablemente” y pide a las autoridades, especialmente los bancos centrales, que se conjuren para evitar una crisis financiera. “La historia ha demostrado una y otra vez que las crisis financieras conllevan costes macroeconómicos significativos y persistentes”, avisa.
Según el Fondo, las posibilidades de una nueva corrección de los precios de los activos, las posibles tensiones que afectan a las entidades financieras altamente apalancadas y las turbulencias en los principales mercados de bonos soberanos elevan esos riesgos. “Las autoridades deben prepararse para hacer frente a la inestabilidad financiera garantizando que las entidades financieras estén preparadas para acceder a las facilidades de liquidez del banco central y estando dispuestas a intervenir para hacer frente a graves tensiones de liquidez o del funcionamiento del mercado, especialmente en los principales mercados de bonos y de financiación”, indica.
Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, ya ha proclamado expresamente que el BCE está “listo para intervenir” si hace falta para garantizar la estabilidad financiera ante la guerra comercial. El de la Reserva Federal, Jerome Powell, ha preferido subrayar que no lo ve necesario y que los mercados están funcionando adecuadamente, pero una consejera dejó claro que el banco central estadounidense tiene las herramientas para ello.
El mensaje del organismo que dirige Kristalina Georgieva es que la tormenta no ha pasado. Sus expertos señalan que hay un riesgo alto de caídas adicionales en las cotizaciones de acciones y bonos corporativos. El organismo ya advirtió acerca de “las valoraciones excesivas de los activos” en su Informe de Estabilidad Financiera Global de octubre. En la edición de abril, se reafirma. “A pesar de las recientes turbulencias en los mercados, las valoraciones siguen siendo elevadas en algunos segmentos clave de los mercados de renta variable y de bonos corporativos, lo que significa que los reajustes de las valoraciones podrían ser más pronunciados si las perspectivas se deterioraran”.
Sus expertos subrayan que la incertidumbre sobre la política económica sigue siendo elevada y que algunos indicadores macroeconómicos están sorprendiendo a la baja, “lo que hace más probable que se produzcan correcciones de los precios de los activos”.
El organismo cree que algunas entidades financieras podrían verse sometidas a tensiones en mercados volátiles, especialmente las que están muy apalancadas, como algunos fondos de alto riesgo y firmas de gestión de activos. Sus hipotéticos problemas, además, podrían contagiar al sistema financiero en general.
Junto a eso, alerta del riesgo de nuevas turbulencias en los mercados de bonos soberanos, especialmente en los países con altos niveles de deuda pública. En general, la preocupación de los inversores por la sostenibilidad de la deuda y otras fragilidades del sector financiero puede agravarse de forma recíproca. En concreto, las economías emergentes, que ya se enfrentan a los costes de financiación reales más elevados de la última década, podrían verse ahora obligadas a refinanciar su deuda y financiar el gasto fiscal a un coste más elevado.
El aumento de la incertidumbre también puede afectar a las empresas y los hogares. A las primeras, al encarecer la refinanciación de su deuda, en especial para las compañías más débiles y para el sector inmobiliario comercial. A los hogares, a través de efectos de pérdida de riqueza, por la caída de las acciones y fondos de inversión.
El informe insiste en que uno de los principales factores que “podrían desencadenar nuevas ventas masivas” sería el riesgo geopolítico, que pueden provocar caídas sustanciales de los precios de las acciones y aumentos de las primas de riesgo soberano, en particular en países con escasos colchones fiscales y de reservas internacionales.
Ante ese panorama, el Fondo insiste en la importancia de tomar medidas para evitar una crisis financiera. Su recetario es el clásico. Buen funcionamiento de los mercados financieros, supervisión, regulación, mitigación de vulnerabilidades y preparación para la gestión de crisis, entre otras medidas. Con respecto al sector financiero, indica que “unos niveles suficientes de capital y liquidez en el sector bancario siguen siendo el ancla de la estabilidad financiera mundial”. Reclama la aplicación plena de Basilea III, la normativa más exigente en la materia.
Al tiempo, pide vigilar los vínculos entre los bancos y los intermediarios financieros no bancarios y reforzar las políticas que mitiguen el apalancamiento no bancario y otras vulnerabilidades, por ejemplo, con mayores requisitos de transparencia e información.
Desde el punto de vista macroeconómico, recomienda a los países gestionar su deuda de modo eficiente, suavizar los perfiles de servicio de la deuda y gestionar los riesgos de refinanciación. “En el caso de los países cuya deuda corre el riesgo de volverse insostenible, el contacto temprano con los acreedores para coordinar un tratamiento ordenado y eficiente de la deuda que restablezca la sostenibilidad de esta podría ayudar a evitar costosos impagos y la pérdida prolongada del acceso a los mercados”, añade.
Un nuevo riesgo para la estabilidad financiera empieza a asomar: los criptoactivos. Al respecto, el FMI pide a los países salvaguardar la soberanía monetaria y reforzar los marcos de política monetaria, protegerse contra la volatilidad excesiva de los flujos de capital y adoptar un tratamiento fiscal inequívoco de los criptoactivos.
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