Arranque de un artículo de Marca el pasado enero: “A falta de solo una semana de asumir por segunda vez la presidencia de EEUU, Donald Trump demostró que su destreza en el golf sigue intacta a sus 78 años y dejó a todos boquiabiertos el pasado domingo al ganar el Senior Club Championship, en el Trump International Golf Club de Palm Beach, con una impresionante ronda de 68 golpes, cuatro bajo par. El torneo se realizó en el prestigioso campo cercano a su residencia de Mar-a-Lago, Florida, donde el presidente electo de EEUU derrotó a sus competidores por un margen de al menos cuatro golpes”. Otro artículo anterior de Marca: “Donald Trump logró un codiciado triunfo —compartido— en el torneo del club Trump International… Trump ya ha ganado en lo que llevamos de año el Campeonato Senior y Súper Senior, pero en esta ocasión no había distinción de categoría por edad”.
El pasado martes, Donald Trump se sometió a su tradicional examen médico, que pasó con nota alta, según el doctor Sean Barbarella, que achacó su “robusto desempeño cardíaco, pulmonar, neurológico y general" a su “estilo de vida activo y sus frecuentes victorias en torneos de golf".
Pues bien, tenemos malas noticias para Sean Barbarella (y para Marca): Trump no ha ganado los torneos que dice haber ganado…
Sucedió hace unos días, en medio de lo más agudo de la crisis arancelaria, con las bolsas cayendo a plomo, un portavoz de la Casa Blanca anunció que Trump había ganado la primera vuelta de un torneo de golf en Florida. En efecto, si algún día llega el fin del mundo, a Trump le pillará jugando golf, donde ha pasado (hasta ahora) el 26% del tiempo de su segundo mandato, según datos de Trump Golf Track. Los pastos golfísticos, por tanto, serían el hábitat natural de Trump. Si para estudiar a los ñus hay que ir a las llanuras del Serengeti, para destilar la verdadera esencia de Trump hay que verle con un Hierro 7 en la mano. El Trump químicamente puro, el que explica a todos los demás Trumps, está en el green. Puede sonar extraño, pero para entender la naturaleza íntima de la guerra comercial, no hay mejor libro que Commander in Cheat, (subtitulado: Cómo el golf explica a Trump), escrito por Rick Reilly, leyenda del periodismo deportivo estadounidense, Publicado al final del Trump 1.0, el libro ha vuelto a la actualidad por el golfismo presidencial compulsivo durante el caos arancelario, que incluyó escenas geopolíticas humillantes, como Trump plantando a Milei en Mar-a-Lago para ir a un club de golf.
Dice Reilly que el golf es un deporte de caballeros, donde el honor es más importante incluso que la victoria, en el que la sola idea de hacer trampas está terriblemente mal vista. Cualquier mínima distorsión de las reglas o el protocolo genera conmoción en el mundillo. Pues bien: si uno agarra Commander in Cheat esperando encontrar pequeñas trampucias golfísticas de Trump, se equivoca de libro. ¡Sería como pensar que en Miedo y asco en Las Vegas (MALV) hay pequeños abusos con estupefacientes! ¡No amigo! Si MALV era la catedral de la drogaína, Commander in Cheat es la Capilla Sixtina de las trampas deportivas.
"Decir que Donald Trump hace trampas es como decir que Michael Phelps nada"
Tras entrevistar a docenas de personas que han jugado al golf con Trump, y a los caddies que han cargado con sus palos, Reilly concluye estar ante un fenómeno de la naturaleza, el más grueso embustero de la historia del golf. En un deporte en el que adelantarte 10 centímetros la bola es un crimen contra la humanidad, Donald Trump sería un extraterrestre llegado del planeta Estafalandia para alienar a la comunidad golfística estadounidense, algo sin duda meritorio, dada la sintonía ideológica entre ambos mundos. Como explica Reilly, el golf tira a la derecha, pero claro, todo tiene un límite: una cosa es que el trumpismo haga tilín y otra las inaceptables formas de Trump en el campo (el enfoque del libro de Reilly es justo el contrario: el Trump golfista y el Trump político serían la misma persona). Pero vamos al lío.
Esto es lo que hace el golfista Donald Trump cuando sus compañeros de partido no miran (o se hacen los locos porque es el presidente). 1) Tras dar el primer golpe del hoyo —el drive— Trump suele patear la bola con el pie para dar el siguiente golpe más cerca del hoyo. Motivo por el que los caddies de uno de los clubs donde juega Trump le bautizaron como Pelé (si usted no sabe nada sobre golf, le informo: no es bueno que te llamen Pelé, porque en este deporte está prohibido darle a la bola con el pie). 2) Trump suele correr hacia al hoyo tras pegarle a la bola. Cuando llega a la bandera, saca una bola del hoyo... que él mismo acaba de meter allí con la mano, y que llevaba oculta en el bolsillo (en efecto, en el golf tampoco se puede meter la bola en el agujero con la mano, es un deporte muy tiquismiquis). Desfachatez golfística nivel dios. Esto es un partido normal para Donald Trump -por poner dos ejemplos de sus trapicheos- y recuerda bastante a su manera de hacer política.
"Decir que 'Donald Trump hace trampas' es como decir que "Michael Phelps nada". Hace trampas al más alto nivel. Hace trampas cuando la gente le está mirando y cuando la gente no le está mirando. Hace trampas te guste o no. Hace trampas porque así es como juega al golf. Si juegas con él, ya seas Tiger Woods o un farmacéutico, tratará de engañarte. De hecho, una vez jugó contra Tiger Woods... e hizo trampas", asegura Reilly, que reconstruye un partido real de Trump contra Tiger, emparejados con otros dos jugadores. Atentos.
Cuando sus rivales preguntaban a Donald, “¿cuántos golpes hiciste en el hoyo anterior?”, Trump decía "cuatro" cuando en realidad había hecho "siete". Esa era un poco la dinámica. Sin duda, Tiger Woods ha visto muchas cosas durante su carrera, pero ninguna tan desahogada como esa. Lo cuenta un antiguo caddie de Trump en el libro: “Una vez fui su caddie en un evento con famosos. Aunque estábamos rodeados de guardias y fotógrafos, hizo trampas abiertamente al menos diez veces... Pateó la pelota para mejorar su posición e hizo trampas reiteradamente al marcar la bola, asegurándose de acercarla cada vez más al hoyo… Trump salió del hoyo 18 presumiendo de haber hecho 74 golpes, aunque en realidad hizo unos 90. Luego me dio una propina de 10 dólares”.
Otro hombre que jugó con Trump recuerda otra peripecia digna de comedia de estafadores: "Tras dar un golpe, no éramos capaces de encontrar nuestra bola, pero Trump ya estaba en el green acabando el hoyo. De pronto, empezó a gritar: "Hey, chicos, ¡he hecho un birdie!" [un golpe menos de lo fijado para ese hoyo]. Lo celebró agitando la bola. ¡Fue entonces cuando nos dimos cuenta! ¡Ese cabrón nos había robado la pelota!”. En efecto, cuando nadie miraba, Trump golpeó la bola rival al quinto pino. Mientras sus rivales se volvían locos buscándola, el presidente de EEUU corrió a la bandera para escenificar un birdie sin testigos molestos.
"¿Por qué Trump hace tantas trampas? ¿Cómo puede ser tan descarado para hacerlas delante de todo el mundo?”, se pregunta el autor del libro. “Ha arruinado su reputación en el mundo del golf. El noventa por ciento de las personas que entrevisté afirman que hace trampas abiertamente. Muchas dijeron que dejaron de jugar con él por eso. Entonces, ¿por qué? ¿Por qué mentir?”. Reilly recurre a la psicología para entenderlo: "Porque tiene que hacerlo", dice el doctor Lance Dodes, psiquiatra de Harvard. "Necesita ser el mejor en todo. No soporta no ganar... Para él, no ser el mejor es como clavar las uñas en la pizarra. No puede vivir con ello... Exagera sus logros golfísticos por la misma razón que exagera todo lo demás. Tiene que hacerlo. Presenta todos los rasgos de un trastorno narcisista de personalidad. Las personas con su trastorno no tienen conciencia al respecto. Carece de sentido de la moral. Carece de empatía hacia los demás.... Los demás simplemente no le importan".
Si Trump fuera un presidente normal, esta información podría dañarle: algunos de los tratados de libre comercio que ahora considera abusivos, los firmó él en su anterior presidencia. ¿Quién garantiza entonces que los aranceles que pacte mañana no sean papel mojado pasado mañana tras otra ventolera? Pero la unilateralidad y arbitrariedad de Trump no son nuevas para el golf estadounidense, están presentes desde hace décadas, cuando empezó a involucrarse en la industria comprando clubs de golf, dejando un porrón de víctimas por el camino, como el arquitecto Andrew Tesoro, que diseñó uno de sus campos.
Acabado su trabajo, Tesoro reclamó un impago de 100.000 dólares. Cuando fue citado para cobrarlo en las oficinas de Trump, se encontró a docenas de trabajadores de la obra haciendo lo propio, pero Trump no quiso aflojar la pasta, consideraba que todos ellos habían incurrido en déficit comercial con él, pues el campo había salido más caro de lo previsto. Tras hacer las cuentas a su manera, Trump prometió pagarle a Tesoro la mitad de lo debido, pero al final solo cobró la mitad de la mitad (25.000 de los 100.000 dólares). Mientras tanto, los asesores de Trump explicaron al arquitecto de mil maneras diferentes que si les demandaba, chocaría con un largo y costoso infierno judicial (episodio a tener en mente cada vez que elaboramos sofisticadas teorías sobre las estrategias negociadoras de Trump, porque la realidad es siempre mucho más simple: Guerra arancelaria, la que tengo aquí colgada... con la dificultad de que Trump no se las tiene que ver ahora con un caddie al que no quiere pagar, sino con China).
Durante su primera campaña electoral, Trump aseguró varias veces que él era un “ganador”. Lo demostraban los “18 torneos de golf” que había ganado. Pero cuando Reilly cotejó los presuntos triunfos de Trump, la lista de 18 se redujo casi a cero. Las artimañas del presidente para adjudicarse victorias son entre gruesas, absurdas e infantiles. En la casa club del Trump International Golf Club de Palm Beach, hay un mural con la historia de los torneos jugados en la casa. En él se dice que Trump ganó un campeonato en 1999… salvo que “ese año aún no estaba abierto el campo”. Trump explicó a Reilly en confianza que cada vez que compraba un campo de golf, jugaba el partido inaugural, recogido en los libros de los clubs como el torneo inaugural del campo… ganado por Donald Trump. Pero no se vayan todavía, porque aún hay más...
"Donald, hiciste trampa en todos y cada uno de los hoyos. No te voy a pagar ni un centavo"
“Según varias fuentes, Trump entró una vez en la casa club del campo de Bedminster justo cuando un trabajador colocaba el nombre del recién coronado campeón senior en una placa de madera. Trump no había jugado ese torneo por estar fuera de la ciudad, pero al ver el nombre del ganador, frenó al operario. "Oye, yo le gano a ese tipo siempre que juego contra él. Pon mi nombre en la placa en lugar del suyo". El trabajador se quedó perplejo. "¿Lo dice en serio, señor?" "Sí, sí. Le gano a ese tipo constantemente. Le habría ganado si hubiera jugado el torneo. Pon mi nombre ahí". El empleado lo hizo, en la enésima escena del libro en la que un colaborador, un asesor o un compi de golf de Trump se encoge de hombros ante el atropello. En plan: “¿Qué podía hacer? ¡Es mi jefe!”. O: “Es el presidente de los EEUU, ¿cómo voy a decirle que lleva todo el partido haciendo trampas delante de mis narices?”.
He aquí un último testimonio anonadado recogido en el libro: "Jugué contra él una vez en Los Ángeles”, cuenta Ken Slutsky, ejecutivo e inversor de golf. “Al final del partido, me dijo: ‘Me debes 27 dólares’. Le respondí: ‘Donald, hiciste trampa en todos y cada uno de los hoyos. No te voy a pagar ni un centavo’. Simplemente se encogió de hombros y se fue. Parecía que no le importaba”. O el pasotismo teatral de Trump, que sitúa su embusterismo en el terreno de la performance, como plantea el libro, que arranca con una cita de P.G. Wodehouse (“Para conocer el verdadero carácter de un hombre, debes jugar con él al golf”) y sigue con un rapapolvo cómico de Reilly sobre lo mucho que se la suda todo a Trump:
1) “Conocí a Donald Trump hace treinta años, nunca he creído nada de lo que me ha dicho, aunque lo cierto es que tampoco él se cree nada de lo que cuenta. Es como tu tío el majara en la cena de Navidad, contándole mentiras increíbles a los niños en el salón, como la vez que golpeó a Sinatra, mientras el resto de adultos ponen los ojos en blanco en la cocina. [Antes de ser presidente] Trump solía ser un fabulista divertido y desbordante. Una vez que le visité en la Trump Tower, sacó una tarjeta amarilla plastificada de su cartera y la dejó caer sobre su enorme escritorio como un as: "¡Mira esto!" -dijo- "¡solo nueve personas en el mundo la tienen!". La tarjeta decía: “El portador puede comer gratis en cualquier McDonald's del mundo”. Trump insistió: "¡Solo yo, la Madre Teresa y Michael Jordan tenemos esta tarjeta!" Me imaginé a la Madre Teresa, en ese mismo momento, entrando en el autoservicio del McDonald's en Calcuta, bajando la ventanilla del coche y diciendo: "Quiero 10.000 hamburguesas dobles con queso, por favor”.
2) “Fue como pasar el día dentro un huracán de hipérboles. Trump no solo mintió sin parar sobre sí mismo. Mintió sin parar sobre MÍ. Se acercaba a algún conocido y decía: "Este es Rick. Es el presidente de Sports Illustrated [era un mero reportero]... Para entonces, Trump me había arrastrado hacia el siguiente conocido. "Este es Rick. Es el editor de Sports Illustrated"... Cuando al fin nos quedamos solos, le pregunté: "Donald, ¿por qué mientes sobre mí?". "Porque suena mejor", me dijo. “Sonar mejor” es el modus operandi de Trump. Afecta a todo lo que dice y hace. La verdad le trae sin cuidado, lo importante es cómo le suene a la gente”.
3). “Un amigo mío cenó con Trump y su esposa, Melania, en 2015, cuando el asunto presidencial empezaba a calentarse. Esposos y esposas mantenían conversaciones separadas, cuando la mujer de mi amigo preguntó: "Tienes un acento encantador, Melania. ¿De dónde eres?". "De Eslovenia", respondió ella. Entonces, Trump interrumpió la conversación para decirle a Melania: "Dile que eres de Austria. Suena mejor".
Y así todo.
Skip the extension — just come straight here.
We’ve built a fast, permanent tool you can bookmark and use anytime.
Go To Paywall Unblock Tool