José Luis Ruiz Martínez, a judge since 1983, is transferring from his post in Granada, Spain, to Lanzarote in the Canary Islands. His career has included various judicial roles across Spain, including stints in Melilla and time as an inspector for the Consejo General del Poder Judicial (CGPJ). Known for his empathy and just rulings, he's presided over notable cases, including those involving 'la envenenadora de Melilla' and Juana Rivas. He is recognized for his compassionate approach in certain cases, but maintains the highest rigor when dealing with significant causes.
Born in Granada in 1959, Ruiz Martínez's father was a lawyer, and his mother a teacher. He initially considered journalism, but ultimately chose a career in law. He's described as an empathetic person who readily admits his mistakes, a trait reflected in his judicial approach. His love for travel, particularly for the Canary Islands, led to his decision to transfer to Lanzarote for improved health.
Ruiz Martínez's move to Lanzarote is primarily due to health concerns, specifically an allergy that is exacerbated by certain plants in Granada. The sea air of the Canary Islands is expected to improve his health.
Toda historia que se precie debe tener un buen comienzo y un final inesperado. La de José Luis Ruiz Martínez (Granada, 1959) y su idilio ' ... judicial' con su tierra natal los tiene. Deja como juez de Instrucción la ciudad nazarí, la de los casos Emucesa y Casa Ágreda, por Lanzarote. Cambia Granada por Canarias como destino laboral para orillar su alergia. Allí, en las islas afortunadas, seguirá investigando delitos, pero junto al mar.
José Luis, de 59 años, sintió la llamada de la Justicia en tercero de Derecho. Sus compañeros eligieron ser notarios, pero a él le atraían más la toga y el mazo. Quería ser juez y lo fue desde el principio. Literalmente. Llevaba sólo seis meses preparando las oposiciones y decidió examinarse. Sabía que era una locura, pero sacó buena nota en el primer examen y ello, unido a su expediente académico, le sirvió para que le hicieran un contrato temporal en Almagro; fue su estreno como juez. Allí estuvo un año y medio, y se sacó las oposiciones ya con las puñetas puestas.
Si no se hubiera dejado seducir por las leyes, habría elegido la pluma: ser periodista es su vocación frustrada. Quizás por eso su trato con la prensa es cordial y no es un juez hermético. Su hermana es del gremio, además. Respeta y admira la labor de los informadores, pues cree que su función en la sociedad es importante. Redacta bien y, entre sentencia y sentencia, ha escrito algunos textos jurídicos. Además, es habitual su participación en conferencias, cursos y jornadas. Una parcela que domina especialmente es el Medio Ambiente.
Su madre era granadina -por lo visto de la rama familiar de los García Montero- y era profesora de Geografía, Historia y Románicas. Su padre, abogado especializado en Derecho Concursal, era murciano. Por eso él vivió gran parte de su vida en Murcia capital. Su infancia fue normal y estudió en un colegio del Opus, donde obtuvo buenos resultados académicos pese a que fue un alumno algo revoltoso. También en Murcia estudió Derecho y allí mismo se preparó la oposición, junto a Luzón Cuesta, quien fue luego teniente fiscal del Supremo.
En la séptima planta del edificio judicial de la Caleta de la capital granadina ha tenido su despacho hasta ahora. La puerta siempre ha estado abierta. Dicen de él que en su día a día se caracteriza por ser un hombre empático, atento con el resto de operadores jurídicos, cercano al ciudadano e implacable con las injusticias. En su círculo profesional lo describen como un juez que trata de ser justo, que escucha y respeta a todo el mundo, que cree que la independencia está dentro de cada togado y que piensa que la justicia no es un reino de taifas, sino que cada cual tiene su rol. Además, cuando se equivoca, lo reconoce y pide perdón.
Algunas de sus sentencias dejan entrever ese lado humanista que muchos resaltan de él, como cuando absolvió a una mujer que robó en un supermercado filetes de pescado para alimentar a su familia porque concluyó que fue un hurto famélico. O como cuando dejó asomar su preocupación ante la pobreza energética a través de un caso de robo de luz en La Zubia en pleno invierno, un enganche ilegal de una persona sin recursos y con tres hijos que también concluyó con un fallo absolutorio. No ha ocultado, por tanto, ese talante compasivo que ha convertido en noticia algunas de sus decisiones judiciales y a él, en cierto modo, en un juez mediático. El máximo rigor lo guarda para las grandes causas.
En Granada ha dirigido el Juzgado de Instrucción número 9, que le ha procurado intensas jornadas de guardia. En una de ellas, tuvo que desplazarse de madrugada a la cárcel por el crimen de un recluso que fue atacado por otro interno con una hoja de tijera. En otra, le tocó decidir si acordaba prisión o dejaba en libertad a Juana Rivas el día que se entregó tras permanecer oculta con sus hijos para no devolvérselos a su expareja.
Ruiz Martínez, juez desde 1983, se lleva de esta última etapa en Granada una maleta de vivencias y de recuerdos, pero comienza un nuevo cuaderno de viaje 'laboral'. Uno más en su larga trayectoria profesional, colmada de destinos, de anécdotas y de causas, algunas impactantes, como el caso de 'la envenenadora de Melilla', que acabó con la vida de su marido y dos de sus hijos. También en Melilla le tocó dictar una de las sentencias más difíciles de su vida: condenó a dos presidentes de la ciudad autónoma y fue una resolución complicada, dicen, sobre todo por las presiones que recibió.
Lanzarote no es un enclave desconocido para él. Estuvo allí bastante tiempo en comisión de servicio, tras pasar por otros destinos, como Santa María de Guía, la Orotava, Pamplona o San Cristóbal de la Laguna. Cuando regresó a la Península, estuvo al frente del Juzgado de Primera Instancia número 12 de Granada. De aquí se marchó al Consejo General del Poder Judicial como inspector, para luego ser presidente de sala (de una sección de la Audiencia de Málaga) en Melilla. De la ciudad autónoma regresó a Granada cuando se creó el órgano de Instrucción que ha dirigido hasta ahora. Tras una primera etapa al frente de este juzgado granadino, se marchó de nuevo tres años al CGPJ, donde fue jefe de Formación. Luego volvió al destino que ahora deja. Dicen que su plaza en la capital granadina ha salido ya a concurso y ha despertado el interés de un número considerable de aspirantes.
Descubrir lugares es precisamente una de las pasiones de este magistrado, que cree que visitar sitios distintos vuelve a las personas más tolerantes, pues ayuda a ver las cosas desde otra perspectiva. Aficionado a viajar, conoce un sinfín de ciudades y le gusta regalar buenos consejos de rincones que ver y restaurantes que visitar. También es generoso a la hora de repartir aprecio y suele intercalar en su diálogo alguna risa breve y espontánea para reforzar alguna ocurrencia o comentario.
A Ruiz Martínez le atrae Canarias desde su juventud. Cuentan que siendo tuno de Derecho, un día, de forma improvisada, tras leer un cartel de una agencia de viajes de Marbella (Málaga) que informaba de la salida inminente de un barco, se subió a bordo sin pensarlo dos veces. Fue entonces cuando se enamoró de la brisa canaria, de sus paisajes y de su ambiente. Tanto que ya ha sido juez en casi todo el archipiélago, que ahora le espera de nuevo. En Lanzarote llevará otro juzgado de Instrucción, por lo que continuará en la primera trinchera.
Allí podrá respirar bien, lejos de los olivos, las gramíneas y otras malas hierbas que le hacían ahogarse la mitad del año. Tenía que irse al lado del mar para recuperar la salud y ha hecho caso al médico, que le había advertido de que su futuro dependía, nunca mejor dicho, de que cambiara de aires. Ahora, señoría, a oxigenarse para empezar a escribir un nuevo capítulo.
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