Imperdonablemente, leo con varios años de retraso 'La gallera' (Grijalbo), una bestialidad 'noir' de Ramón Palomar, que me ha traído el perfume electrizante y desquiciado del James Ellroy de antaño, rezumante de bilis y con la mirada entenebrecida por la sombra de la madre ... muerte. La prosa de Palomar es todavía más kamikaze que la de Ellroy, con pasajes granguiñolescos y remansos de emoción herida, con gallos de pelea que lanzan su último kikirikí mientras se desangran en la playa y furcias con tetas de plástico y corazón de oro que lloran entre balaceras, con polis empapuzados de farlopa que han jurado vengar a su padre y sicarios que anhelan inútilmente la redención. La lectura de 'La gallera' me ha dejado tiritando, no tanto por sus truculencias como por la belleza carnívora y funeral de su escritura; y así se lo confieso al autor, a quien exhorto para que de inmediato se ponga a escribir otra novela del estilo, recordándole que Dios castiga a quien entierra el talento que le dio. Esto se lo digo para hurgar en su conciencia; y Palomar promete intentarlo con todas sus fuerzas, aunque me confiesa que conducir diariamente el programa más escuchado de la radio valenciana lo deja sin fuerzas; y tampoco lo anima demasiado comprobar la calaña de los novelones que gustan a la gente.
Yo bien sé a lo que se refiere Palomar. La vocación literaria es como una amante acaparadora e insaciable que no quiere compartirnos con nadie, que no quiere que la dejemos sola ni una sola noche; y si la dejamos se cierra en banda y no nos deja besarla, no nos deja siquiera que la rocemos o atusemos el pelo (y de follar ya ni hablamos). Pero esto que le ocurre a Palomar no les ocurre –¡mira tú por dónde!– a las presentadoras del televisión, que tienen una vocación literaria tan mollar y consentidora que pueden escribir sus novelones «entre camerinos», o metiendo «notas en el móvil» mientras las maquillan, según confesó hace algún tiempo una conspicua representante del gremio. Ahora hay otra presentadora televisiva que se ha revelado repentinamente escritora entre camerinos a la que entrevistan en publicaciones literarias de mucho ringorrango, donde además nos cuentan anécdotas suculentas de su prehistoria literaria, para darnos envidia: «Cuando estaba en el instituto, su profesora le mandó hacer un ejercicio muy particular: reescribir el final de 'La colmena', de Camilo José Cela. Después de leer la tarea, su maestra le dijo: 'No dejes de escribir'. En ese momento, algo empezó a bullir en su cabeza: 'Pensar en un nuevo final es algo mágico. ¿Cómo será escribir una novela desde el principio?'». ¿No resulta enternecedor, Palomar? ¿No te hace llorar de emoción? Ni tú ni yo hubiésemos tenido cojones para enmendarle la plana a la obra maestra de don Camilo; de hecho, a la profesora que nos hubiese mandado hacer tal mamonada la habríamos puesto como chupa de dómine, por charo y soplagaitas, y nos hubiesen expulsado del instituto. Pero esta presentadora televisiva se marcó sin despeinarse un desenlace alternativo para 'La colmena', como quien se tira un pedo, que dejó a la profesora con los ojos haciendo chiribitas.
Después de escribir un final alternativo a 'La colmena', esta presentadora televisiva ha escrito, para prolongar sus mágicos epitalamios con la alta literatura, un novelón que Alberto Olmos ponía envidiosamente a parir la semana pasada. Olmos hacía muchas bromas crueles sobre estas presentadoras televisivas que escriben sus novelones entre camerinos; pero a mí me intrigan mucho más los mastuerzos y mastuerzas que los compran y tal vez incluso los lean. Entiendo que entre ellos habrá algunos salidos fetichistas que se encalabrinen con la presentadora televisiva en cuestión y que compren sus novelones como comprarían sus bragas o moqueros. Pero, aparte de salidos fetichistas, ¿qué oscuras hordas leerán esos novelones? Las imagino como humanoides del abismo o bestias lovecraftianas de Cthulhu, pálidas y sin pestañas de tanto exponerse a los rayos catódicos. Para disfrutar esas escrituras mostrencas de tufillo inequívocamente negroide como se disfruta de 'La colmena' hay que desdeñar olímpicamente la preceptiva literaria, pero también cualquier rescoldo de belleza. Para refocilarse en la vulgaridad de una prosa mazorral e indeclinablemente inepta como el gorrino se refocila en el barro de la charca hay que renunciar un poquito a la condición humana. Pero las editoriales se forran publicando los novelones de estas presentadoras televisivas; así que hemos de deducir que los lectores de esos novelones son miles, cientos de miles, tal vez millones, y están entre nosotros, respirando nuestro mismo aire, opinando en 'tuiter' sobre todo lo divino y lo humano, votando como descosidos cada vez que se convocan elecciones.
Pensar en tales muchedumbres homínidas acongoja el alma y quita las ganas de escribir. Pero hay que seguir haciéndolo, Palomar, aunque sea para que nos lean quienes ya se han muerto y quienes todavía no han nacido. Esta generación se merece los novelones de las presentadoras televisivas; pero no podemos enterrar el talento que nos dieron, aunque nadie nos lea y seamos como voces que claman en el desierto. No olvidemos que –como nos recordaba Unamuno– «el desierto oye, aunque no oigan los hombres, y un día se convertirá en selva sonora, y esa voz solitaria que se va posando en el desierto como semilla, dará un cedro gigantesco». Ponte a escribir otra novela, Palomar, aunque llegues a casa deslomado y seas incapaz de escribir entre camerinos.
Skip the extension — just come straight here.
We’ve built a fast, permanent tool you can bookmark and use anytime.
Go To Paywall Unblock Tool