La noche de Madrid se “berliniza” con el éxito de la escena ‘sex positive’


Madrid's nightlife scene is evolving with the rise of 'sex-positive' clubs, offering a unique blend of techno music, sexual freedom, and strict codes of conduct.
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Son las dos de la mañana de un viernes en el centro de Madrid. La fila de la sala Skin, por suerte, no es demasiado larga. El criterio de entrada es incierto. Y esa duda –sostenida hasta el final– de si uno será admitido o no por razones desconocidas es parte del atractivo del lugar. Pero la elección no es totalmente arbitraria: se sabe que hay que respetar las normas, conocer el código de conducta –principalmente, respeto y consentimiento– y el de vestimenta. Lo llaman, en inglés, “fetish”. Estilo fetichista. Ropa negra, sobre todo, y cueros, tirantes, cadenas. “¿Estarás cómodo quitándote la camiseta dentro?”, pregunta la hostess a un potencial cliente. Éste asiente y accede al local. Una vez allí, todas las cámaras del móvil serán tapadas con una pegatina. Hacer fotos de extranjis es motivo de expulsión. Los abrigos, camisetas, y otras prendas que, en este sitio, sobran, se guardan en una caja, que por cinco euros se custodia en un ropero.

Skin (en inglés, “piel”) es, ante todo, un club de música tecno. Pero es una sala que se conoce como “sex positive” y forma parte de un fenómeno que en los últimos años ha ganado impulso en Madrid: espacios de ocio nocturno donde se practica sexo libremente, y donde hay incluso instalaciones destinadas a ello. Van más allá de los clubs reservados a intercambios de parejas, pues están abiertos al público mainstream; y, a diferencia de los “swingers” –generalmente frecuentados por personas más mayores–, estas discotecas seducen a una población relativamente joven.

La gente va con su estilo, o desnuda, pero de una forma natural y divertida, sin poner el foco en que hay una tía en tetas o un hombre con el pene fuera Luis(29)
A la entrada de la sala, los puertas ponen una pegatina en la cámara de los móviles para que nadie grave lo que ocurre dentro  JHellin

“Al final la gente que estudia es la que más sale”, dice La Java, una de las hostess en la sala Skin. Ella, junto a otros puertas, decide quién entra y quién no. Ha sido testigo de la evolución del club desde que empezó frecuentándolo como clienta. Admite que, según se ha popularizado el lugar, el público se ha ampliado y ha salido del nicho más underground. Constantemente, dice, tiene que recordar las normas de respeto, echar a personas a las que pillan haciendo fotos o insistir en el dress code para entrar. Aun así, sostiene que la esencia, el espíritu contracultural de la Skin, logra mantenerse.

El concepto es el de Berghain o Kitkat, reconoce. Son salas de tecno y ambiente “sex positive” muy conocidas en Berlín, donde el acceso nunca está garantizado y las reglas de seguridad y consentimiento son estrictas. La propuesta tiene que ver con la disidencia sexual en todos los sentidos: prácticas eróticas no hegemónicas, como el BDSM (bondage, dominación, sadomasoquismo); la sexualidad diversa, con una fuerte influencia de la cultura queer; y la exhibición de cuerpos no necesariamente canónicos.

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Luis, un sevillano de 29 años –residente en Madrid desde hace 10-, forma parte de la clientela fiel de la Skin. Escuchó hablar del lugar hace dos años, por un amigo de su círculo más próximo. Nunca había ido a nada similar, y el concepto le generó curiosidad. Una vez allí, le encantó lo que vio. “Me atraía mucho esa mezcla de la fiesta con un ambiente superliberal, en el que la gente va con su estilo, desnuda incluso, pero de una forma natural y divertida, sin poner el foco en que hay una tía en tetas o un hombre con el pene fuera”.

El viernes es noche “alpha”. El público es en su mayoría masculino y gay, aunque hay también algunas mujeres de diversa orientación sexual, personas trans y otras que se identifican como “intersex” o no binarias. Los sábados hay más mujeres y, en general, muchos más heterosexuales.

Lo único prohibido es filmar... y fumar Cuartos oscuros, columpios, cabinas, cortinas, .. y una capilla para confesarse
La noche de los sábados hay más mujeres y más público heterosexual en la sala Skin JHellin

En el centro del local, una masa de personas bailan al ritmo de música electrónica. Varias lo hacen sobre una tarima. Hay mujeres y hombres casi por igual, todos ellos apenas vestidos: llevan arneses, lencería de encaje, botas militares o de tacón. Salvo por los atuendos –y la cantidad de piel al descubierto–, parecería una discoteca corriente, pero alrededor de la multitud hay instalaciones que se salen de lo habitual. Frente a la cabina del DJ hay una mazmorra. Al otro lado de las rejas, un guardián espera –mirando el móvil, aparentemente aburrido– a que alguien entre a solicitar sus servicios de castigo. A la derecha de la pista hay un columpio. Y, junto a él, una puerta presidida por una cruz luminosa. Es la capilla. Alberga varios cuartos oscuros, todo tipo de recovecos, puertas y un pasillo angosto que lleva a una sala de confesiones. Tras la mesa de mezclas del DJ hay varios espacios con sillones. Algunos, encajados en zonas más privadas. Y finalmente, a la izquierda de la pista, un espacio amplio, con una sala de ginecología y el “hotel” de la Skin: cabinas, baños, cortinas y cristales que incitan al sexo tanto público como en la intimidad. Y ahí, disipado el tabú en torno al sexo, algunas personas aprovechan para hacer algo que no deben, lo único prohibido: fumar.

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La Skin nació hace tres años como fiesta que se celebraba únicamente los domingos en la sala Strong, cerca de la Gran Vía madrileña. Lo impulsaron los promotores de Stardust, una discoteca de tecno que cerró tras 20 años abierta en la capital. “Les unía que conocían el rollo del tecno de Berlín. Antes el sexo se hacía de manera muy abierta en fiestas electrónicas, pero al fondo, y listo. No había nada como esto, sex positive”, cuenta La Java.

El de Strong era un ambiente erótico pero enmarcado únicamente en la escena gay, donde la trayectoria en este tipo de lugares de encuentro —a menudo, estigmatizados y asociados al consumo de droga para el sexo (chem sex)– es más larga. Era una fiesta de tecno pero exclusiva para hombres cisgénero y homosexuales. Y la Skin llegó para abrirse a otros públicos, dentro del contexto underground pero con más variedad. “Yo he ido a la Skin con amigos que son heterosexuales y de 39 años. Algunos domingos íbamos al Rastro y luego se liaba el día y acabábamos en la Skin”, afirma Ignacio, un venezolano de 29 años. Lleva una máscara con orejas de conejo, un body de tirantes y pantalones y botas. Todo negro.

Señala que para él descubrir esta sala ha hecho que su vida sea también más sexo-positiva en general, liberándose del pudor y restándole carga negativa al sexo. “A raíz de la Skin me he dado cuenta de que soy una persona sexual y que me gusta todo eso”, dice. Ahora de vez en cuando se suma a encuentros “fetish” que se organizan esporádicamente en Madrid, como Pornceptual, una fiesta importada de la capital alemana.

Un hombre –como el resto, semidesnudo– se pasea con un maletín. Dentro lleva juguetes sexuales, limpiadores y lubricantes. Cuenta, mientras muestra cada uno de esos aparatos, que es heterosexual, y los lleva consigo por si termina con alguna mujer, para enseñárselos y probarlos con ella. Explica a dos chicas todos los puntos de máximo placer que ellas pueden experimentar. “Los hombres tienen el punto G, pero las mujeres tenéis el A, el U, el C”, dice, y arroja unas cuantas letras más a la sopa. Repasa también los tipos de orgasmo femenino: “el sostenido, el repetido, el cervical…” Para asegurar la higiene, dice desinfectar siempre cada consolador antes de usarlo, ponerle un preservativo y lavarse las manos con gel hidroalcohólico.

El éxito de Skin la ha llevado a adoptar su propia sala, situada en la Calle Aduana 21 –el anterior Moondance– y que los impulsores han reformado por completo. Además, ha pasado de celebrarse solo los domingos a estar abierta todo el fin de semana y, desde marzo, también los jueves. “Y la idea es ir a más, más y más”, recalca La Java.

No es el único lugar ‘sex positive’ y sin rastro digital que se ha instalado en la cotidianidad de los madrileños y residentes. Inklub es otra popular sala de BDSM/fetish en el céntrico barrio de Malasaña. Carla, de 36 años, la descubrió por unos amigos suyos. Esta bonaerense, que desde joven se interesó por “otras formas de vincularse” en un plano sexo-afectivo, había ido alguna vez en Argentina a un club de swingers. Pero no le dejó un buen recuerdo. La gente era más adulta, le pareció que había muchos hombres mayores con mujeres jóvenes, y no se sintió cómoda. Inklub, que visitó ya en Madrid, le sorprendió para bien.

Sobre todo, la diversidad y el respeto que encontró allí. “Al final, como mujeres blancas, de clase media profesional, cumpliendo determinados estereotipos, cada vez que salimos a una discoteca probablemente nos movemos con gente bastante parecida. Acá había gente muy diversa, con un disfrute de prácticas e incluso de cuerpos muy diversos. Había una tranquilidad de poder salirse completamente de la norma”, confía Carla. Incide en que no vio nada parecido a la violencia sino todo lo contrario: “Uno creería que el común denominador en estos lugares es que son sitios donde puede pasar cualquier cosa; pero son lugares que tienen un montón de códigos”.

Marlenne, una turolense de 32 años, resalta también la sensación de seguridad y tranquilidad que siente siempre que está en este ambiente, mucho más que en cualquier otra discoteca de Madrid. Fue a la Skin por primera vez en 2022, cuando la fiesta se hacía sólo los domingos en la Strong. Desde entonces, cuando ha salido por clubs mainstream se ha sentido mucho más violentada por las miradas ajenas y por la cultura del cortejo habitual en la noche. Generalmente, aclara, hombres que van a ligar con mujeres. “En la Skin no me sentía como una presa a la que cazar”, dice. No veía que nadie se le acercara sin que ella hubiera dado una señal de que a ella también podía interesarle, y si alguien lo hacía era de una manera que sentía como muy respetuosa. Incluso vistiendo en esa fiesta con muy poca ropa o con prendas consideradas “provocativas” (lencería, transparencias, escotes), ella subraya que en la Skin no percibe el juicio o la mirada lasciva de otros sino, precisamente, la libertad de “no llamar la atención”. 

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