PINCHO DE TORTILLA Y CAÑA
Una de las actuaciones públicas más sorprendentes de las últimas semanas es la que ha promovido Pumpido para tratar de impedir que sus sentencias puedan ser revisadas por el Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Que al presidente del TC se le ha ido ... la olla no es ninguna novedad y por lo tanto no causa sorpresa. Suele ocurrir con casi todos los personajes públicos que, al mirarse al espejo, ven el reflejo de Atlante, el titán condenado por los dioses a cargar sobre sus hombros la bóveda celeste. En noviembre de 2022, un par de meses antes de su nombramiento, les dijo a sus íntimos: «Fui designado fiscal general del Estado para arreglar el problema del terrorismo y lo arreglé. Voy a ser designado presidente del Tribunal Constitucional para arreglar el problema de Cataluña y lo arreglaré». De ahí que sea un fijo en la quiniela que validará la ley de Amnistía, cuya arquitectura salió de su propio magín, y que facilitará la vuelta de Puigdemont a España enmendando la interpretación que hizo la Sala Segunda del Tribunal Supremo sobre el delito de malversación. Para alcanzar su objetivo, sin embargo, tiene que sortear el riesgo de que su Moriarti particular, Manuel Marchena, lleve la sentencia del TC ante la Justicia europea y le doble la muñeca. ¿Cómo impedirlo? Sacándose de la bocamanga de la toga una martingala jurídica que impida que los jueces puedan invocar la opinión de la corte de Luxemburgo. Esa martingala en cuestión es la que Pumpido ha pretendido poner en marcha, como ensayo general con todo, aprovechando la cuestión prejudicial anunciada por la Audiencia Provincial de Sevilla ante la sentencia de los ERE. La sorpresa de propios y extraños, cuando expuso sus intenciones ante los magistrados del tribunal, fue mayúscula. Ni siquiera todos los suyos estaban por la labor de apoyarle. Algunos, en efecto, pensaron que se le había ido la olla, aunque se abstuvieron de decirlo en voz alta. Ellos no pueden. Yo, sí. La prueba de su desvarío no es sólo que haya alumbrado una idea tan peregrina, sino que se empecinara en librar una batalla que no podía ganar. Sólo al final, cuando se ha visto más solo que la una, ha decidido dar marcha atrás, aunque eso no ha evitado que el tiro en el pie le provoque una cojera que le acompañará durante el resto de su mandato. ¿Por qué quiso llevar tan lejos la defensa de su ocurrencia? A mí se me ocurren varias explicaciones posibles, pero ninguna le deja en buen lugar. Si se cree más listo que nadie, si le ofende que no le consideren infalible, si no soporta tener que decirle a Sánchez que ha metido la pata o le encocora que su presunto prestigio se vaya a hacer puñetas, que se acueste en el diván de un psicoanalista argentino y trate a arreglar su avería mental. La otra explicación aún es peor: ¿de verdad lo hace para que el Gobierno le premie con el puesto que dejará vacante Fernández de la Vega en el Consejo de Estado? Pincho de tortilla y caña a que, en tal caso, su enfermedad ya no tiene remedio.
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