João Fonseca (Río de Janeiro, 18 años) camina de manera parsimoniosa por la zona VIP de la Caja Mágica de Madrid antes de tomar asiento para departir con cuatro medios españoles, entre ellos EL PAÍS. Lleva una raqueta en la mano y la sujeta en su regazo con fuerza, como si alguien fuera a arrebatársela. Tiene manos anchas y una planta considerable (1,88), aunque el rostro, redondeado, y la ausencia de definición en musculatura revelan que se trata de una potencial figura todavía en construcción. Desde el invierno, cuando se coronó invicto en la Copa de Maestros de las Promesas (Next Gen ATP Finals) como tarjeta de presentación definitiva, viene sonando con fuerza su nombre, aunque en realidad los expertos ya seguían de cerca sus pasos por su forma de romper la pelota. Es un tiro endemoniado.
— ¿De dónde demonios extrae esa fuerza? ¿Es algo innato, cuestión de gimnasio o pura mecánica?
— Es algo natural. Desde pequeño me gusta ir a por la pelota y hacer un winner [ganador]. Cuando tenía 11 o 12 años, iba a por todas las bolas a ful; muchas iban a la red y otras eran un winner, pero cada vez fui teniendo mayor consistencia. Siempre me ha gustado ir a por la pelota y atacarla, sin duda, y creo que nunca voy a perder esa esencia; en los puntos importantes seguiré peloteando igual de fuerte.
Más informaciónEl brasileño se desenvuelve en las distancias cortas con la misma comodidad que lo hace en la pista, sin complejos, con esa sensación de control y aplomo. “En portuñol, ¡dale!”, desliza a la hora de abordar las respuestas, con un ligero toque argentino que llama la atención. “¿Argentino yo?”. “Ah, vale, venga”. Y perfila poco a poco quién este este chico llamado a hacerle próximamente sombra a Jannik Sinner y Carlos Alcaraz, este joven pegador que en enero comenzó el curso fuera de los cien mejores —el 1 de enero era el 113º, y en noviembre el 150— y que en apenas un trimestre se ha situado cerca del top-50, conforme va descubriendo los códigos de la élite y las singularidades de cada escenario.
¿Qué se ha encontrado en la siempre compleja transición hacia la cúspide? “En las Next Gen [ATP Finals] ya había jugadores que estaban en el top-100, en realidad casi todos, así que es muy parecido. Hay muy buenos jugadores en esta generación que estamos llegando: Learner [Tien], [Jakub] Mensik, [Arthur] Fils… Son muy buenos. Lo que más se nota es la diferencia de edad, el hecho de que los rivales tienen más experiencia, así que trato de disfrutar cada momento con ellos en la pista. Lo importante es comprobar qué hacen todos ellos en los momentos importantes. Ahora, cada torneo es una oportunidad para aprender”.
Fonseca viene de una familia de deportistas —voleibol y surf, entre otros— y vive enfrente de la playa, a apenas de dos calles del complejo tenístico que acoge cada año el torneo de Río. E inevitablemente, pesa ya sobre él las comparaciones con Kuerten, el gran icono de su país, carismático donde los haya. “Me dicen que voy a ser el próximo Guga, pero siempre digo que no me gustan las comparaciones. Cada uno tiene su propia historia y cada uno ganaremos cosas diferentes; yo no quiero ser el próximo Guga, sino el próximo João. Ojalá pueda ganar solo la mitad de lo que él ganó [tres Roland Garros, la Copa de Maestros y el número uno, entre otros méritos], pero yo trabajo para escribir mi propia historia”, enfatiza.
En febrero conquistó su primer trofeo de la ATP, sobre la arcilla de Buenos Aires, aunque se intuye que serán muchos más. Previamente, en Australia, ya había vencido al ruso Andrey Rublev —primera vez desde 2002 que un debutante tumbaba a un top-10 en un grande— y progresó hasta la segunda ronda, después de haber sorteado la fase clasificatoria con brillo. “Soy el único de mis amigos en Brasil que trabaja, porque yo digo que esto es un trabajo, porque compito durante todo el año”, dice, “y mis principales armas son mi mentalidad y mi derecha, pero me quedo con la derecha”. Ese brazo, un cañón, despide tiros en estático que alcanzan los 181 km/h, al nivel de Alcaraz.
Constata que “el tenis es un deporte muy difícil, de muchos nervios” y, preguntado por algún punto débil, señala que la volea y la nostalgia son aspectos a mejorar: “Extraño mucho a mi familia cuando estoy lejos”. Cuando él nació, 2006, Kuerten ya había logrado sus grandes éxitos y entre él y la leyenda media hoy día su entrenador, Guilherme Texeira, más allá de un primer contacto en la Copa Davis. “Habla mucho con él, por wasap, porque cree que eso es lo mejor para mi evolución”, precisa, al tiempo que dice no haber disfrutado apenas del carnaval y que prefiere no referirse a Lula o a la política en los medios pese a que, recalca, su país “está mejorando”.
Dentro de un mes pisará la arena sacra de Roland Garros, allí donde su compatriota Kuerten se elevó hacia la historia y cobró su merecida fama. Un cuarto de siglo después, Brasil vuelve a estar en el mapa del tenis y la torcida entona el “fon-se-quis-mo”.
— ¿Y cómo gestiona usted la fama que le ha venido encima?
— Es mi primer año como pro [profesional], así que es muy importante la familia, me ponen los pies sobre el chão... [suelo, en portugués] ¿se dice chão? Es importante estar rodeado de la gente que te ayuda, de tu familia, y tener la mente ordenada. Tienes que ser humilde, es algo que mi papá y mámá me han transmitido siempre. Gracias a dios, me han ayudado mucho durante este tiempo en el que han cambiado tantas cosas; después de las Next Gen [organizadas en Yeda, en noviembre] empezó todo, pero en Australia llegó el boom y era importante tener los pies en el chão para seguir mejorando y hacer lo que debo hacer para ser un gran jugador. Estoy contento con la forma con la que estoy encarando todo esto, porque se te pasan muchas cosas por la cabeza. Solo es un inicio, así que debo ser humilde y continuar trabajando duro.
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