Ni paz en Ucrania, ni tregua en Gaza, ni aranceles: los fracasos de Trump hunden sus índices de popularidad dentro de EEUU


Donald Trump's declining approval ratings in the US are attributed to broken campaign promises and ineffective handling of international conflicts and economic policies.
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Por primera vez desde que empezó su segundo mandato, la desaprobación de Donald Trump entre la ciudadanía estadounidense supera el 50%. De hecho, según la media ponderada de Nate Silver, creador del famoso portal electoral 538.com, el 50,7% de los encuestados no están contentos con su gestión, frente al 45,7% que sí. Se trata de una bajada de siete puntos porcentuales desde los días inmediatamente posteriores a su investidura. Y en esas cifras aún no está incluido el impacto de su gestión de los aranceles.

Aunque la pérdida de rédito entre la población no sea escandalosa –Joe Biden acabó su único mandato con una desaprobación del 57% y el propio Trump terminó su primera estancia en la Casa Blanca con un rechazo del 58%– sí llama la atención lo pronto que ha llegado la caída en popularidad. Desde el final de la II Guerra Mundial, ningún otro presidente se había acercado siquiera a esos números a los tres meses de su mandato. El único precedente es el propio Trump en 2016, cuando también se ganó la antipatía del 51% de los americanos.

Esta caída hay que atribuirla a la profunda división del electorado estadounidense, lo que hace imposible que la popularidad de un presidente se dispare… pero también a la peculiar manera de gobernar de Trump, siempre a la defensiva contra lo que él considera sus "enemigos", a los despidos masivos en la Administración federal y al incumplimiento de tres de sus promesas electorales: la paz en Ucrania, la tregua en Gaza con la correspondiente entrega de todos los rehenes, y el restablecimiento de la prosperidad económica, empezando por el fin de la alta inflación que dejó la anterior Administración.

Una a una, estas promesas se han ido incumpliendo y además se han incumplido con estrépito. Ninguna de las ocurrencias de Trump para solucionar tan severos problemas –problemas que, desde luego, ningún presidente podría resolver en tan escaso margen de tiempo– ha llegado a ningún sitio. Al contrario, la situación actual es igual o incluso peor que como la dejó Joe Biden.

Los aranceles se quedan a medias

Empecemos por lo más reciente: la imposición de aranceles a medio planeta y su posterior aplazamiento durante 90 días para centrarse en China. Por mucho que los forofos lo vendan como un movimiento maestro, lo cierto es que esos aranceles –que Trump ya anunció en campaña y no deberían haber sorprendido a nadie– se hicieron públicos siguiendo una fórmula equivocada, provocaron el caos en los mercados de valores y harán que se dispare la misma inflación que Trump venía a aplacar.

El hecho de que estemos ante un simple aplazamiento hace que la inseguridad permanezca, junto al convencimiento de que el presidente no sabe lo que está haciendo y da palos de ciego. Los aranceles a China rozan ya el 145%, lo que provocará inmensas subidas de precio en los productos que este país exporta a Estados Unidos. En vez de fomentar una industria alternativa de manufacturación y construcción, Washington ha decidido prescindir del comercio chino cuando eso no es posible para numerosas empresas, como dejó claro la Asociación de Minoristas el pasado martes.

El presidente Trump celebra una reunión de gabinete en la Casa Blanca. Reuters

La sensación es que no hay un plan detrás y que esto lo van a pagar las clases bajas y medias, que son las que buscan productos baratos y a menudo fabricados en el sudeste asiático. Aparte, pese a la subida de Wall Street del pasado miércoles –una subida que será investigada por la Reserva Federal ante la sospecha de que pudo haber filtraciones desde el Gobierno que hicieron ganar dinero a mucha gente–, lo cierto es que las Bolsas de todo el mundo siguen en peor situación que hace tres meses.

A primera hora de la mañana del jueves, el índice Dow Jones perdía un 11,16% del valor al que llegó el 21 de enero. En ese mismo período, el NASDAQ ha caído un 18,1% y el S&P 500 lo ha hecho en un 13,9%. Hablamos de muchos miles de millones de dólares que los inversores han visto evaporarse. En Asia, el índice Nikkei ha caído un 11,3% pese a las espectaculares subidas de los últimos dos días. Curiosamente, el español IBEX 35 presenta ganancias en este período, aunque la volatilidad de los mercados invita a la prudencia.

Ni en 24 horas ni en tres meses

A los vaivenes económicos, hay que sumar la errática política del DOGE, dirigido por Elon Musk, que prometió encontrar miles de millones de partidas superfluas en el gobierno federal y no las ha encontrado por ningún lado, los despidos fulminantes de trabajadores públicos, el cierre indiscriminado de agencias gubernamentales y el dudoso respeto a los derechos humanos de los inmigrantes legales e ilegales, enviados a cárceles de alta seguridad en El Salvador sin "habeas corpus" en el que ampararse.

En el aspecto internacional –que cuenta menos para la opinión pública estadounidense, pero cuenta–, a los tres meses de su llegada a la Casa Blanca, Trump no solo no ha conseguido un acuerdo entre Rusia y Ucrania para un alto el fuego, sino que ni siquiera ha logrado poner por escrito las condiciones que puedan acercar dicho alto el fuego. Un día, parece que el enemigo es Putin y al siguiente, lo es Zelenski. Rusia dice aceptar una tregua sobre las infraestructuras energéticas ucranianas y a continuación las bombardea. La firma de un importante y valioso acuerdo para la extracción de minerales raros acabó en una bochornosa encerrona en el Despacho Oval.

No hay visos de un plan de paz digno de ese nombre y las reuniones con delegados rusos y ucranianos en Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Turquía han acabado en compromisos vagos que se han acabado incumpliendo. Los aliados europeos se han convertido en parásitos "patéticos" que tendrán que ocuparse de garantizar una paz de la que se les ha mantenido al margen desde el principio. El vicepresidente, J.D. Vance, acusó a la Unión Europea de coartar la libertad de expresión mientras el secretario de estado, Marco Rubio, criticó el "histerismo" con el que habían reaccionado a las afirmaciones de Trump respecto a la OTAN.

Tampoco van las cosas mucho mejor en Israel. Trump prometió que "desataría el infierno" si Hamás no liberaba a todos los rehenes antes de su investidura y lo cierto es que sigue habiendo decenas de secuestrados en los túneles de la Franja, la mayoría de ellos ya muertos. El alto el fuego que se atribuyó la nueva administración, pero que respondía a los planes del anterior secretario de estado, Antony Blinken, acabó con un bombardeo masivo sobre civiles por parte de Israel y no parece que nadie sepa cómo destituirlo.

El peligro del sectarismo

En resumen, no hay rastro de la "fuerza" de la que Trump presumía en campaña. La Administración Biden se quedó a medio camino en demasiadas cosas y el votante norteamericano entendió que votar al líder del movimiento MAGA suponía al menos seguir la senda de los actos y no de las palabras. Todo lo contrario: hasta ahora, solo ha habido palabras y muy poco más. Palabras que han provocado el pánico, el caos y que conducen a su propio país a la recesión económica y al descrédito diplomático.

Actos, ninguno. En Ucrania siguen muriendo miles de jóvenes, Rusia sigue matando y deteniendo opositores a placer mientras se bombardean objetivos civiles, Gaza sigue en ruinas sin rastro de la "Riviera árabe" que se le ocurrió al presidente, Israel continúa en un estado de guerra constante contra todo y contra todos, tanto en su política exterior como en la interior… y los datos económicos de los próximos meses prometen ser sombríos, con una presumible caída del PIB y un aumento rampante de la inflación.

Trump siempre ha presumido de no ser como los demás políticos y de potenciar la acción directa, aunque esa acción directa incluya animar a sus seguidores a tomar por la fuerza el Capitolio. Sin embargo, solo hay una cosa peor que una secta y es una secta enfadada con su líder. Los votantes republicanos ahora mismo no saben quiénes son sus aliados ni sus enemigos. No saben si van a ser ricos de nuevo o si, al revés, es bueno ser pobres una temporada y luego ya veremos. No saben si las industrias del medio-oeste van a revitalizarse o si sus trabajadores van a tener que pagar aún más por llenar el carrito de la compra. Se les prometió todo y no se les está dando nada. Jugar con la paciencia ajena nunca fue una gran estrategia política.

Pero qué se puede esperar a estas alturas, claro.

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