La guerra comercial detonada por Donald Trump ha imprimido una enorme tensión a las relaciones transatlánticas, sin que se observen señales de distensión, más allá de la tregua arancelaria de 90 días. Bruselas está obligada a prepararse para el peor escenario. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, admite que la relación con el aliado histórico que era EE UU antes de Trump se ha vuelto “complicada”, tanto que todavía no hay fecha para su reunión con la nueva Administración norteamericana. Buen ejemplo de esa tensión fue el encuentro entre el ministro español de Economía, Carlos Cuerpo, y el secretario del Tesoro, Scott Bessent, este martes en Washington.
En un intento de rebajar tensiones, Cuerpo trasladó el convencimiento del Gobierno español de que no hay vencedores en una escalada comercial global y buscó tender puentes para mantener “una puerta abierta a la negociación”. Esa voluntad no se aprecia en el otro lado, como evidencia el duro y frío comunicado de EE UU sobre la reunión. La Casa Blanca insiste en usar cuestiones ajenas a la relación comercial, como el aumento del gasto en defensa —a lo que España ya se ha comprometido— o la oposición a la conocida como tasa Google —que imponen varios países europeos, no solo España— para presionar. Tampoco el comisario europeo de Comercio, Maros Sefcovic, que también ha viajado esta semana a Washington, ha logrado concretar una agenda y un calendario de negociación.
Trump ha designado a Bessent, un viejo conocido de Wall Street, para liderar las negociaciones comerciales internacionales. Está por ver que la estrategia de la Casa Blanca, aún indescifrable, ofrezca resultados positivos. De momento, los inversores han dado muestra de su desconfianza deshaciendo posiciones en dólares y en bonos estadounidenses, lo que ha obligado a Trump a pausar la guerra arancelaria y recalibrar su agresividad. Con la espada de Damocles arancelaria, Bessent busca crear un frente de países para aislar a China como socio comercial y evitar así que Pekín utilice sus alianzas con terceros para evitar los aranceles. También con la UE, y con España, Washington pretende condicionar cualquier tipo de acuerdo a que los europeos apliquen a China las mismas tarifas arancelarias que Estados Unidos, extremo de gran dificultad por las elevadas exportaciones de la Unión hacia el mercado chino. Menos aún cuando EE UU ha dejado de ser un socio fiable incluso para sus propios aliados.
De momento, Bruselas ha logrado escasos avances pese a su oferta de eliminar todos los aranceles sobre los bienes industriales. Washington ha impuesto un recargo del 25% sobre el acero, el aluminio y los coches europeos sin encontrar represalias por parte de la UE. Ante la falta de concreción estadounidense, Bruselas ofrece además suavizar otras barreras no arancelarias, con dos líneas rojas: no está abierta a relajar las normas de seguridad alimentaria y sanitaria para los productos agrícolas ni la regulación que afecta a los mercados digitales y tecnológicos. No es momento de retirar aún la mano tendida a Washington, pero sí de prepararse para un escenario hostil, tanto para Bruselas como para España. El Gobierno ya ha puesto en marcha un paquete de medidas urgentes por 14.100 millones para proteger a los sectores afectados. El Consejo de Ministros aprobó este mismo martes el primer tramo de avales por 1.000 millones y prepara nuevas ayudas. La utilidad de la visita de Cuerpo a Washington es haber comprobado en persona que España y la UE ya no son recibidos como amigos, sino como rivales comerciales.
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