Following Trump's return to the White House, Nicaraguan President Daniel Ortega and Vice President Rosario Murillo have adopted a markedly different approach to their relationship with the United States. This shift involves silently cooperating with Trump's deportation policies, evidenced by a recent increase in deportation flights to Managua, a stark contrast to their previous public welcoming of deportees under the Biden administration.
Furthermore, Ortega and Murillo unexpectedly withdrew their support for South Africa's case against Israel at the International Court of Justice (ICJ), accusing Israel of genocide. This decision represents a significant departure from their previous vocal support for the Palestinian cause.
Ortega's public rhetoric concerning Trump has been significantly muted compared to his strong criticisms of Biden. He avoids mentioning Trump by name and refrains from identifying the 'Yankee imperialism' with Trump, a tactic contrasting with his past attacks on Biden. This cautious approach suggests a strategic effort to avoid provoking Trump.
Despite this apparent appeasement towards the US, the Ortega-Murillo regime continues its repressive rule in Nicaragua. They maintain a massive paramilitary force and have further consolidated power through constitutional reforms.
Analysts suggest Ortega and Murillo's actions are primarily motivated by a desire to maintain power and their privileged status. The regime's focus on relations with China and its internal rhetoric of resistance contrast with its outward pragmatism. The future of US-Nicaragua relations under Trump remains uncertain, particularly given ongoing trade tariffs and the potential influence of figures like Marco Rubio.
En febrero de 2024, cuatro meses después de que Israel iniciara la guerra en la franja de Gaza, Daniel Ortega y Rosario Murillo ordenaron inaugurar un parque en Managua bautizado Palestina, a la par de una carretera recién nombrada en ese momento como Pista Gaza. Hubo decenas de manifestaciones sandinistas en pro de los palestinos en Nicaragua, pero el movimiento de apoyo más significativo se dio meses antes, cuando el país centroamericano rompió relaciones con Israel y se sumaron al caso presentado por Sudáfrica contra el Estado judío ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ). Sin embargo, con el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca algo parece estar virando en la pareja “copresidencial”, que ha declarado como principal enemigo el “imperialismo yanqui”.
Ortega y Murillo no solo se retiraron este 1 de abril de la causa sudafricana ante la CIJ que acusa a Israel de genocidio, sino que silenciosamente han iniciado a cooperar con algunas de las políticas de Trump, especialmente con las deportaciones. En el último mes, más de media docena de vuelos con migrantes deportados han aterrizado en Managua y la propaganda sandinista no lo ha informado sobre ellos, al contrario de lo que sucedía con los vuelos de migrantes expulsados bajo la Administración de Joe Biden. Los vuelos de deportaciones eran publicitados por los medios oficiales y las personas eran bienvenidas de nuevo a “la tierra socialista, cristiana y solidaria”.
Pero eso no es todo. A diferencia de los varios ataques verbales que Ortega acostumbraba en sus discursos contra Joe Biden, el caudillo sandinista ha optado por ser cauto ante Trump. En sus últimas apariciones públicas, no sólo no menciona con nombre y apellido al republicano, sino que tampoco identifica al “imperialismo yanqui” con el magnate, como sí lo solía hacer con el expresidente demócrata. Desde enero hasta la fecha, Ortega ha participado en cinco actos públicos en los que no ha despotricado contra Trump.
Si en julio de 2024, durante el aniversario 45 de la Revolución Sandinista, Ortega dijo que Estados Unidos –bajo la Administración de Biden– era uno de “los mayores enemigos de los migrantes”, sobre Trump y su agresiva política antiinmigrantes no ha dicho nada.
“Para analizar esto”, dice Haydée Castillo, activista y opositora desnacionalizada por el régimen sandinista, “hay que entender que el de Ortega y Murillo es un régimen dictatorial cuya única prioridad es mantenerse en el poder y sus privilegios”. “Entonces, poco les importan los migrantes nicas en Estados Unidos. De modo que todo escenario es posible con ellos: por ejemplo que acepten las condiciones de la Administración de Trump en cuanto a cerrar fronteras o abrir cárceles como Bukele. Es un régimen que cuida sus privilegios y que busca que Rosario Murillo avance a toda costa en su control total del Estado”, continúa.
Durante la primera Administración de Trump (2017-2021), aunque se aplicaron sanciones relevantes contra el régimen —como la Ley Magnitsky o la Nica Act—, Ortega evitó atacarlo de manera frontal. Lla pareja presidencial cambió de actitud y tono con Biden apenas llegó al poder, escalando el discurso beligerante y victimizándose con fervor. En ese sentido, con el caos que Trump ha impuesto en el mundo con su regreso al Despacho Oval, los Ortega-Murillo han decidido cooperar con las deportaciones para enviar una señal clara sin tener que pronunciar una sola palabra: “Podemos entendernos, si me dejás en paz”, opinan analistas políticos consultados por EL PAÍS.
“Una de las cosas que caracterizan a Trump es que si lo atacas frontalmente no se sabe por dónde puede salir. Entonces Ortega y Murillo no dicen nada de él, ni se mueven mucho para que no se acuerden de ellos, porque ya vieron cómo Trump se acordó de Nicolás Maduro y Venezuela”, dice Juan Carlos Gutiérrez, sociólogo e investigador de temas políticos, en referencias a las sanciones petroleras a Caracas y cancelaciones de licencias a transnacionales como Chevron.
Mientras de manera silenciosa le coquetean a la Casa Blanca de Trump, los Ortega-Murillo mantienen su esquema represivo total en Nicaragua, no solo con la reforma la Constitución que somete a la figura “copresidencial” todo el Estado y las fuerzas armadas, sino que legalizaron un ejército de más de 70 mil paramilitares encapuchados que usan para mantener control total del país en base al terror.
“Con los Ortega-Murillo, por ahora, todo gira en torno a la relación con China. Sin embargo, ellos mantienen un doble discurso, sobre todo el interno: el discurso de fuerza, soberanía y guerra ideológica sigue vigente. Pero es solo una parte del relato. Es decir, internamente necesita mostrarse fuerte, simular una posición de resistencia. Pero hacia afuera hay más pragmatismo”, explica Gutiérrez. “Pero por ahora no creo que Trump se acuerde de ellos y la pareja copresidencial tiene esperanza que las comunicaciones entre la Casa Blanca y Rusia sobre Ucrania les de algo de tiempo […]. Pero si hay un temor de que en los arreglos entre Moscú y Washington se repartan los territorios de influencia como sucedió en la Guerra Fría. Y eso los tiene inquietos”.
Analistas internacionales coinciden que el estilo de Trump es “transaccional”. Es decir, si encuentra apoyo internacional en sus afanes, como la política antiinmigrante que le sirvió para recuperar el poder, temas como el respeto a los derechos humanos pasan a segundo plano.
“Trump apenas está comenzando. No tiene ni tres meses de moverse realmente hacia el sur (del continente). Y hay figuras como Marco Rubio que podrían reactivar la agenda hacia América Latina, pero todavía no se sabe si los van a dejar actuar”, apunta Gutiérrez. “En otras palabras: el régimen espera, con cautela, a ver cómo se mueve el tablero estadounidense”. Sin embargo, está por verse qué apuesta la administración republicana con Nicaragua, sobre todo después de imponer 18% de aranceles.
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