This article from EL PAÍS is a tribute to Paloma Gómez Borrero, a highly respected Spanish journalist who covered the Vatican for many years. The author reflects on her unique style of reporting, characterized by depth, erudition, and approachability. Gómez Borrero was a veteran reporter known for her extensive knowledge and personal connections, having covered numerous papal conclaves.
The author contrasts Gómez Borrero's approach with the current media landscape, which they criticize as favoring infotainment and self-proclaimed experts over thorough investigation and insightful analysis. Her work, representing a generation of skilled journalists nurtured by RTVE (Spanish public broadcasting), is presented as a benchmark of quality now increasingly absent.
The piece emphasizes the loss of Gómez Borrero's perspective and journalistic style in the upcoming conclave, highlighting the rarity of her unique combination of expertise and connection with the subject. The author laments a perceived decline in high-quality journalism and the loss of established journalistic voices.
Estos días de Sede Vacante, en los que los católicos sobreviven huérfanos de —Santo— Padre, otros nos sentimos huérfanos de madre, de madre informativa. Somos legión los que añoramos a Paloma Gómez Borrero.
En el colegio, a Gómez Borrero le lanzaron, sin pretenderlo, el guante de su vocación periodística. Le encargaron escribir una redacción bajo la siguiente premisa: “Imagínate que estás en Roma y ves al Papa”. La imaginación convocó al futuro, y a partir de los setenta, se convirtió en corresponsal de Televisión Española desde Roma y El Vaticano. La segunda mujer en ejercer una corresponsalía de la casa, tras Ana Isabel Cano en Viena. Siguió trabajando como tal para el ente público hasta 1983, pero el estatus que forjó en esos años gracias a su trabajo le permitió seguir siendo el gran referente de la prensa española en la Santa Sede incluso para los que no habíamos nacido durante sus años como empleada a tiempo completo de TVE.
Perteneció a una estirpe de periodistas todoterreno acostumbrados a hacer trabajo de campo, a alimentar su agenda, a aprender mucho de lo suyo y bastante de todo lo demás, a ejercer una profundidad y una erudición compatibles con la proximidad y la generosidad. A cultivar una voz tan cercana como autorizada, tan autorizada como cercana. Esa voz con la que lo mismo señalaba el número de veces que Gorbachov llamó “Su Santidad” al Papa Juan Pablo II en su encuentro en 1989 que contaba que tuvo que disuadir a Jesulín de Ubrique de llevarle de regalo al Pontífice un traje de luces. Muchos la miraron por encima del hombro por su fe y por su campo de trabajo —ay, cuándo acabarán las castas por secciones en el periodismo—. Ellos se lo perdieron. Ahora, desgraciadamente, nos lo perdemos todos. Va a ser este el primer cónclave sin Paloma y no es solo que ella ya no esté, es que cada día se complica que el linaje de grandes referentes populares de la comunicación criados al calor de RTVE prosiga.
Ojalá las guerras del entretenimiento en las que se faja hoy la casa tuvieran su equivalente en el afán por mejorar la información y romper el signo de los tiempos: infoentretenimiento plagado de tertulianos autoerigidos en expertos. Ahora que tantos le estarán preguntando a Chat GPT quién será el próximo Papa, a mí a quien me gustaría preguntárselo es a Paloma.
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