Di Stéfano, Eusebio, Cruyff, Beckenbauer, Deschamps, Maldini, Cristiano y Zidane orlaban la portada del viernes de L’Équipe, con fondo dorado y una imagen en la parte inferior de Gabriel Hanot. El periódico se homenajeaba a sí mismo, con todo el derecho, el día en que se cumplían setenta años de la reunión fundacional de la Copa de Europa en el Hotel Ambassador de París. La idea fue lanzada por Gabriel Hanot tras leer una columna en el Daily Mail, firmada por David Wyne-Morgan, titulada: “Los Wolves son ahora campeones del mundo”. El Wolverhampton acababa de ganar (3-2) al Honved en su viejo campo The Molineux, pocos días después de batir también allí al Spartak de Moscú (5-0). Gabriel Hanot, que asistió al partido del Honved, replicó desde las páginas de L’Équipe que no era correcta a esa deducción por dos victorias en terreno propio ante equipos llegados de largos viajes, y propuso una competición por eliminatorias, sino mundial al menos europea, entre los campeones de todos los países.
Más informaciónEso fue en diciembre de 1954. En enero de 1955, el periódico presentaba un sencillo reglamento de la competición redactado por su periodista Jacques Ferran, y en abril de se produjo la reunión que ahora se conmemora. Entre los quince asistentes estuvo Santiago Bernabéu, que tuvo el buen juicio de proponer como presidente de la comisión al vicepresidente de la Federación Francesa, a fin de establecer un vínculo con las instituciones superiores para que no lo consideraran como una revuelta de los clubes. Aun así, la FIFA y la UEFA, que entonces era poco más que una secretaría dentro de esta, arrastraron los pies. La FIFA contraprogramó con una Copa de Ferias, que involucraría a los ayuntamientos con feria internacional, y la UEFA prohibió que se utilizara el nombre de Copa de Europa, que pretendía reservarse para su competición entre selecciones y que sólo se aplicó a crear a partir de ese momento. Ellos siguieron adelante, con el nombre inicial de Copa de Clubes Campeones Europeos y aquello tomó tan buena pinta que la UEFA acabo por prohijarlo ya en el mes de mayo. En septiembre de 1955 rodó el balón en la nueva competición. Y hasta ahora.
Pasados 70 años, es justo resaltar el mérito de aquella iniciativa paneuropea que acordó a monarquías y repúblicas, democracias y dictaduras, capitalistas y comunistas, católicos, protestantes, ortodoxos y hasta musulmanes, en una Europa dividida por un Telón de Acero y que aún retiraba cascotes y recomponía ferrocarriles tras una terrible guerra. Todo eso dos años antes del Tratado de Roma, primer tímido paso hacia lo que luego sería el Mercado Común, hoy evolucionado a Unión Europea. Aquella primera Copa de Europa se desarrolló sin fallos, con más de 800.000 asistentes a los campos y una final en París, ganada por el Madrid, que vieron ya 3.000.000 de europeos por televisión. A su estela nacieron en Europa la Copa de Ferias (cuya primera edición tardó tres años en completarse, y la segunda, dos, probando que los ayuntamientos son menos eficientes que los clubes privados), luego Copa de la UEFA, y la Recopa. Y en Sudamérica, la Copa Libertadores. Y con esta, la Intercontinental, que enfrentaba a los campeones de Europa y Sudamérica. También provocó la creación de la Eurocopa, en los años pares intercalados entre Mundiales, multiplicando el número de partidos entre países con sus fases de clasificación.
La Humanidad, que hasta entonces se había relacionado por la guerra y el comercio, ahora intensificaba febrilmente los contactos a través del deporte por vía del fútbol, que proponía una frecuencia muy superior al nativo sistema cuatrienal de los JJ. OO. y los Mundiales. Con el progreso de la aviación se acortaron las distancias, la luz artificial en los estadios permitió los partidos entre semana en horario laboral y el fútbol tomó una dimensión nueva. Europa comenzó a zurcirse después de dos desastres en medio siglo.
Hanot no asistió a la reunión fundacional. Lo suyo eran las ideas, no las discusiones en salones cerrados con olor a tabaco. Pionero del fútbol, fue internacional francés, combatió en la Gran Guerra como piloto de caza, sobrevivió a un derribo y volvió a jugar hasta que un accidente de aviación turística le obligó a dejarlo. Pasó a escribir en L’Auto, antecedente de L’Équipe, y simultaneaba esa tarea con la de secretario del comité seleccionador cuando Francia fue barrida en Colombes (1-5) por España. Su crónica fue terrible, denunciando todas las estructuras del fútbol patrio incluido el comité seleccionador que presidía. Consecuentemente, presentó su dimisión la misma mañana en que se publicó su crítica.
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