A lo mejor, en un país donde el tabaco está vetado en oficinas, bares y la totalidad de espacios interiores que no sean un domicilio, la idea de meter un ordenador en una vitrina y ver cómo reacciona después de estar expuesto al humo de un cigarrilo durante varias horas puede tener un punto hasta ridículo.
Quizá al común de los mortales esto le parezca algo tan absurdo como meter ese mismo equipo en una cámara acristalada y estar rociándolo con arena y polvo, como si estuviese en medio de una tormenta de arena en el desierto del Sáhara. Pero en la cabeza de Tom Marieb todo esto cobra sentido.
TE PUEDE INTERESAR Este robot de Apple desguaza un iPhone cada 18 segundos y dice mucho del reto de la electrónica Michael Mcloughlin (Breda. Países Bajos) Datos: Ana Somavilla“Creemos que la mejor reparación es la que nunca tienes que hacer”, cuenta a este periódico este ejecutivo de Apple, responsable, entre otras cosas, de diseñar estos test. La conversación con Marieb, vicepresidente de integridad de producto de la firma de Cupertino, tiene lugar en una sala de un edificio al que pocas personas ajenas a la compañía han tenido acceso.
Se trata de lo que ellos llaman laboratorio de fiabilidad, un lugar en el que la multinacional busca la ‘eterna juventud’ del iPhone, de los Mac, de los iPad o de los AirPods. Y lo hacen sometiendo a estos productos a un puñado de pruebas tortuosas con el objetivo de comprobar cómo de bien aguantarán el paso del tiempo. Un horno. Un congelador. Un cañón de polvo. Ninguna piedad. Aquí es donde Apple persigue que lo que llegue al mercado envejezca con la máxima dignidad posible.
“Cada año creamos e incorporamos nuevas piezas”, reflexiona Marieb. “Gracias a lo que aquí hacemos, hemos mejorado mucho en predecir qué cosas pueden dar problemas, especialmente cuando incorporamos elementos nuevos o que nunca habíamos hecho antes”, añade sobre la utilidad del trabajo que se hace en esta instalación.
Este laboratorio fue inaugurado en 2022 y se encuentra a unos pocos metros del campus que tiene en la ciudad irlandesa de Cork, su cuartel general a este lado del Atlántico, donde emplea a 6.000 personas. Este lugar, único en Europa, es un eslabón más de una red de cien laboratorios repartidos por otras partes del mundo. Por cierto, en esa misma localidad, Apple tiene la única fábrica de su propiedad: una planta de producción donde da forma a miles de iMac cada año.
Minutos antes, en esa misma estancia, unos técnicos utilizaban una máquina que aplica la dosis justa de calor para derretir el poderoso pegamento que mantiene unida la tapa trasera del iPhone al resto del teléfono. El objetivo: acceder al interior y poder cambiar cosas como la batería sin necesidad de separarla con ningún elemento punzante que pueda producir daño en el proceso de reparación. Esta herramienta, por cierto, puede ser alquilada por cualquiera que quiera arreglar su dispositivo en su casa. Pero este sistema, aplicado en las últimas generaciones del iPhone, es solo una pequeña muestra de lo que se va a ver en ese edificio, más parecido a un búnker, donde las ventanas brillan por su ausencia.
En las salas contiguas, un puñado de iMac —el ordenador de sobremesa de Apple— están siendo horneados a 65 grados centígrados. Mientras tanto, un lote de estos productos está siendo congelado en un compartimento que emite ráfagas de aire a menos 20 grados. ¿Qué sentido tiene hacer esto para un equipo que tiene muchas papeletas de pasarse su vida útil en el mismo despacho, oficina o escritorio? Pues simular los cambios bruscos de temperatura que pueden experimentar, por ejemplo, sus productos al ser transportados en la bodega de un avión.
Rociarlos con chorros de agua salada, por ejemplo, les ayuda a testear no solo la impermeabilidad y estanqueidad, sino también a entender cómo pueden resistir la corrosión que puede provocar la sal en los altavoces, los puertos o los botones del ordenador. Y, obviamente, si puede aguantar los efectos de este líquido, también podrá aguantar un café o un refresco derramado.
Las conexiones y otros elementos físicos también se ponen a prueba a conciencia. Un brazo mecánico conecta un puerto USB tipo C sin prisa pero sin pausa, mientras otro mueve constantemente la bisagra de un ordenador. Junto a ellos, una especie de dedo robótico aprieta la pantalla para determinar en qué momento empezará a sufrir daños.
También hay pruebas menos sofisticadas. Hay técnicos que se ocupan de estampar de múltiples formas los aparatos contra el suelo. Experimentan con diversas superficies utilizando planchas metálicas o de madera, pero también azulejos o suelos similares al asfalto. Porque no es lo mismo que tu iPhone se caiga boca abajo en el salón de casa que al cruzar un paso de cebra.
Este laboratorio, único en Europa, es uno de los 100 que Apple tiene por todo el mundo
Un proceso parecido se hace con los productos ya embalados, con el fin de prevenir los daños que pueden sufrir durante su transporte. El objetivo de todo lo que se hace aquí es, en unas pocas horas, lograr el estrés y el sufrimiento al que van a ser sometidos los productos en años. La evaluación de daños no es superficial ni se limita a encenderlos y ver que siguen funcionando. Junto al laboratorio de fiabilidad se encuentra otra instalación dedicada a la investigación aplicada, donde se examinan miles de prototipos a conciencia para detectar problemas antes de que un móvil o unos auriculares lleguen al mercado.
En esta sala cuentan con potentes microscopios y máquinas de rayos X para inspeccionar el interior de los dispositivos a una escala diminuta y detectar daños imperceptibles a la vista, comprobar si todos los elementos siguen alineados y en su lugar cuando se produce un accidente, o si un chip tiene errores de producción o diseño. Si hay algo que no encaja o que puede dar pie a un fallo en el futuro, el prototipo se rehace o se toman decisiones a nivel de fabricación o de proveedores.
Si tomamos el iPhone como ejemplo, en laboratorios como el de Cork se ponen a prueba más de 10.000 unidades de cada generación. “Hay muchos retos diferentes para que algo como un móvil envejezca bien y tenemos que equilibrarlos todos”, dice en este punto Tom Marieb. “Nuestro objetivo es incorporar mucha tecnología en un formato tan pequeño y tenemos que asegurarnos de que todo funciona correctamente”, remata.
Un reto que se hace cada año más mayúsculo, ya que una de las cosas en las que trabajan las marcas es en hacer dispositivos más estrechos, más ligeros y compactos.
“Al hacerlo más delgado, por ejemplo, el peso se reduce. Eso es una ventaja porque, cuando cae, hay menos masa y, por tanto, menos inercia”, comenta el vicepresidente de integridad de Apple. “Pero hay que preocuparse por la flexibilidad o por que sean suficientemente resistentes para que soporten que alguien se siente encima. Y nosotros tenemos que simular todo eso antes de que sean productos reales”.
No hay que olvidar, por ejemplo, que una de las tendencias que aparecen en el horizonte de la electrónica de consumo son los smartphones slim. Samsung, por ejemplo, presentará esta semana el Galaxy S25 Ultra Edge, que tendrá una silueta de poco menos de 6 milímetros. Y hay un eventual iPhone 17 Air que lleva sonando con fuerza en los mentideros especializados en tecnología, que se han hecho eco de múltiples filtraciones.
En lo que se refiere a la durabilidad de los productos electrónicos, en Europa se ha puesto el acento y mucho en el derecho a reparar. “Damos prioridad a la fiabilidad sobre la reparabilidad. Si algo nunca falla, no tiene sentido hacerlo reparable. Eso es lo que queremos, hacer todo cada vez más y más fiable”, defiende el directivo de Apple, que pone como ejemplo lo que ocurrió al hacer el iPhone resistente al agua. Para lograrlo, hay que sellar puertos y aberturas. “Esto hace que, por ejemplo, cambiar la batería sea un poco más difícil porque hay que sellarlo correctamente y el proceso es más costoso”, apunta. “Sin embargo, vimos que los daños por agua se reducían un 75 %. Es un buen deal”, concluye, a la par que apunta que los reguladores han tenido en cuenta todo esto. “Creo que la Comisión Europea, en el caso de tabletas y smartphones, ha hecho un buen trabajo equilibrando lo mismo que intentamos equilibrar nosotros: fiabilidad frente a reparabilidad”.
Pero, ¿qué ocurre con dispositivos más pequeños y complicados de gestionar como los AirPods? ¿Se podrán reparar algún día como ocurre con los iPhone?
“Suelen durar bastante. Pero nuestro mayor problema es que la gente no los limpia lo suficiente”, aclara Marieb, en una clara referencia a que el cuidado de los usuarios también es clave. “Si pudiera pedir una cosa, sería que la gente los limpiara más. Funcionarán mejor a largo plazo”.
Una de las cosas que más ha dado que hablar en la industria en los últimos dos años es cuánto debe durar un móvil. Los fabricantes Android, empujados por Google, han empezado a asegurar siete años de actualizaciones de sistema operativo. Hasta ahora lo normal eran dos o tres cursos, salvo Apple, que ofrecía cinco o seis años dependiendo del producto. Esto ha levantado un debate interesante, en el que muchos se preguntan si realmente los usuarios quieren tener el mismo móvil durante tanto tiempo.
Preguntado por esto, el directivo de Apple habla de que eso dependerá de cada persona, pero que su trabajo es que los dispositivos puedan tener “un segundo o incluso un tercer dueño”, lo que puede ayudar a lograr los objetivos ambientales marcados por la compañía, que pretende ser neutra en emisiones de carbono para 2030. “Si a la gente le gustan las nuevas funciones que incorporamos cada año, genial. Pero esperamos que hagan un buen intercambio y obtengan un buen valor para abaratar la compra del nuevo dispositivo”.
"Si algo nunca falla, no tiene sentido que pueda ser reparable"
Porque en todo esto hay una derivada interesante: la segunda mano. Un estudio de Milanuncios que analizó la demanda de terminales usados subrayaba lo bien que le iba a Apple en este campo. El informe aseguraba que el iPhone acumula un tercio de los anuncios en dicha plataforma y el 75 % de las búsquedas en esa categoría. Es decir, tres de cada cuatro personas que se conectan a esa web pensando en comprar un terminal lo hacen buscando uno de Apple, que además se deprecian mucho menos que los de la competencia.
En Milanuncios, el precio de salida de un iPhone, de media, es un 35 % menor al del modelo nuevo. En el caso de Samsung, esa estadística es del 55 %. Recuperar parte de la inversión inicial es, claro, un acicate para renovar un terminal de estas características antes de que llegue al final de su vida útil. Un terminal, por cierto, que suele conllevar una importante inversión. Estas buenas sensaciones también se repiten cuando se trata de terminales reacondicionados. Según datos de Counterpoint, los iPhone suponen más de la mitad de este mercado.
De un primer vistazo, uno puede pensar que esto es contraproducente para los intereses de Apple, cuyo principal cometido es vender cientos de millones de dispositivos anualmente. Es cierto que está la variable medioambiental, pero la compañía también se beneficia de una posición fuerte en la segunda mano.
Un iPhone de hace tres o cuatro años puede ser la puerta de entrada para consumidores que, de otra manera, no entrarían en su ecosistema, como pueden ser adolescentes que heredan el iPhone de sus padres o personas con presupuestos más bajos que no quieren tener tantas funcionalidades ni un móvil de última generación. Que estos perfiles tengan un iPhone entre manos también alimenta otro negocio de Apple, el de Servicios, ya que se beneficia de una audiencia más grande que la que tendría si ese iPhone viejo no durase tanto o si se quedase en un cajón.
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