No podemos mentirnos. En medio de tanto delirio de persecución y profecías no cumplidas de golpes de Estado, así como entre tantas frases groseras y altisonantes contra aquellos que no le acompañan, el presidente Petro tiene razón en una cosa: la democracia en Colombia falla y viene fallando desde hace un buen tiempo.
Negar que nuestra democracia viene mal, sería como decir que el sol no es aquel que nos calienta todos los días. Nuestra democracia viene mal desde hace décadas, si no siglos. Tal vez desde que ella nació tras la guerra de independencia donde Bolívar tuvo a Santander y Colombia los tuvo a ambos, para con ellos empezar la interminable historia boba de los dizque herederos de uno y otro peleando, discutiendo, matando, robando, conspirando, dividiendo y dejando huérfanos a los demás colombianos que no se interesan o no participan de la muy costosa democracia boba.
Petro no ha hecho sino enfermar más a esa democracia. Con discursos llenos de odio donde en lugar de buscar la reconciliación, que debería ser el camino de un estadista para abrir la senda del progreso, ha optado por el antagonismo, creando dos bandos en donde al menos uno de ellos detesta al otro y sueña con su aniquilación. Para ser un demócrata, la verdad es que el presidente en ejercicio resultó bastante regular. Un verdadero estadista no estaría a favor de la destrucción de sus opositores, sino que los abrazaría e incluso en ese abrazo les demostraría su grandeza. Pero eso a Petro le quedó grande. Nada que hacer.
Retomo: Petro no se equivoca cuando señala que nuestra democracia está mal. Solo le hace falta decir que él la dejará peor. Así que, ante la agonía de la democracia gracias a este presidente y sus predecesores, ha llegado de la hora de pensar en lo que sigue y para ello parece interesante mirar atrás, volver a los griegos y tal vez acoger un concepto novedoso y antiguo, pero válido, para que la política en un país desigual y corrupto como el nuestro vuelva a ser viable: la lotocracia.
El profesor de ciencia política de la Universidad Nacional, Juan Gabriel Gómez, ha escrito dos interesantes artículos sobre el tema y acierta en varios postulados, como por ejemplo que más que democracia lo que hoy tenemos es un “sistema oligárquico competitivo” y que por eso “una vez elegidos, algunos representantes que se consideran a sí mismos como alternativos pueden mostrar su disposición a prescindir de ciertos privilegios, como los altos salarios, pero nunca querrían prescindir de la posición de preeminencia de la que gozan”. De ahí que la idea de una lotocracia sea una amenaza para viejos y nuevos políticos, pues ya no habría elecciones, campaña, votos y raudales de dinero, sino un sencillo sorteo en el que ciudadanos del común pueden resultar ganadores de un escaño de la asamblea que decidirá el futuro del país, y que contará con asesores de varios niveles para ilustrar a los no doctos en toda la baraja de temas que existen en el poder legislativo.
Remata el profesor Gómez, a quien recomiendo lean, con esta frase: “En una época en la cual una persona, para ser escogida como representante, precisa de un capital económico considerable para financiar su campaña, el sorteo como medio de selección se convierte en el mecanismo verdaderamente igualador de la ciudadanía. Por eso es que Aristóteles dice que parece que el sorteo es más democrático que las elecciones”. Tal vez llegó la hora de remodelar la democracia.
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